A dónde van los muertos, quién sabe a dónde irán.
Pues que las costumbres mexicanas para celebrar a los muertos se están arraigando más en la frontera no hay duda. Los altares de muertos proliferan por todos lados. En escuelas, instituciones y hasta en hogares, se colocan las ofrendas para conmemorar a los que ya se fueron y es una verdadera fiesta de colores y objetos que ponen a prueba la creatividad y la imaginación.
He visitado este año muchos altares de muertos, desde los más sencillos hasta los más sofisticados. Se hace jolgorio y se llora, en esa mezcla extraña de sentimientos encontrados extrañamos al ausente desaparecido y como dice la canción “A dónde van los muertos, quién sabe a dónde irán”. El enorme misterio de la vida y el enorme misterio de la muerte.
Dicen que los muertos no nos abandonan nunca y es cierto y eso es lo más cruel, que se van y no se llevan nuestros sentimientos, los seguimos queriendo como si todavía estuvieran aquí. Sus rostros se definen clarísimo, sus gestos y hasta sus voces. La incredulidad de pronto nos hace pensar que esto no es posible, porque los muertos están tan vivos en nuestra mente que resulta imposible creer que ya no los veremos en ninguna parte.
¿La muerte de los seres queridos es lo más duro que el ser humano puede enfrentar?, se preguntaba Igor Caruso, un psicoanalista austriaco en aquél famoso libro “La separación de los amantes” y él mismo contestaba que no.
Carusso detallaba y decía que en los amantes cada uno funciona como espejo del otro, espejos amplificados que nos regresan las imágenes alteradas de nosotros mismos. Nosotros éramos porque estábamos en el otro, y el otro al convertirse en espejo nos hacía vernos. Caruso entonces concluía que cuando el amante dejaba de amarnos, el espejo se rompía y nosotros moríamos.
Este libro marcó mi vida y quizás a través de él entendí ese dolor espantoso que puede provocar hasta el deseo de morir cuando dejan de amarte, y es que de hecho, el alma muere cuando la catástrofe de la separación se hace presente.
Pero a diferencia de la muerte real, la muerte del alma no es definitiva, el corazón sana, y de pronto un día, vuelve la sonrisa, el sentido de la vida y hasta la alegría que pensamos no regresaría nunca. Se regresa de la muerte amorosa, de la muerte física, jamás.
¿A dónde van los muertos, quién sabe a dónde irán? Sus cuerpos no veremos más, su estado físico desaparece para siempre, pero mientras haya alguien que los recuerde, están de muchas formas presentes. Luego pasan los años, vienen otras generaciones que no tienen ni la menor idea, ni el interés de recordar más allá de los abuelos, los demás están ahora definitivamente muertos.
Hay por supuesto exepciones, los hérores, los artistas, los gobernantes, esos se ganan su pasaporte a la inmortalidad y aunque sus verdaderas características sean borradas por el tiempo, sus rostros y sus nombres quedan por allí en los libros de historia, en el nombre de alguna calle o de algún edificio. Son los menos, la mayoría seremos olvidados para siempre.
Por eso el canto a la vida de los Altares de muertos. Música, comida, alegría, El recuerdo del muerto con la fuerza de los vivos. No hay hubieras, no hay regreso, no hay nada después. La vida es ésta y nuestros muertos, muertos están. Y ya ni siquiera en los panteones, sino en urnas espantosas confinadas en iglesias o en el mejor de los casos, cenizas esparcidas en alguna parte.
Brindemos hoy por nuestros muertos que desde donde están nos están diciendo.
No dejes de vivir.
Viveleyendo.normabustamante@gmail.com