El sacristán que no sabía leer

Sociedad y derecho.

No acostumbro a dedicar la columna, pero en esta ocasión va dirigida a las y los juzgadores, a quienes la reciente reforma judicial los ha colocado en una situación que ni en las más locas fantasías podríamos imaginar que sucedería.

Con todo respeto y admiración para ellos, esperando que estas pocas palabras sirvan de consuelo y esperanza en estos desolados tiempos, los que, con toda certeza sé que mejorarán.

Iniciaré contando una historia que navega entre lo real y el mito.

Erase en Ciudad de México, un periodista, quien siempre compraba el periódico en un estanque de revistas (un puesto callejero), se enteró que el propietario de dicho local era una persona que no sabía leer ni escribir, más se sorprendió aún al saber que no solo tenía ese puesto, sino que poseía más de ciento cincuenta puestos similares distribuidos en diferentes partes de la ciudad, lo que lo convertía en un hombre muy rico.

                  Fue entonces que decidió entrevistar al dueño de ese imperio para dar a conocer su historia, la de alguien que con tales limitaciones académicas pudo llegar a amasar tal fortuna.

                  La primera pregunta que el entrevistador hizo a su interlocutor fue respecto a sus orígenes. Este le contó que él era de un pueblo muy pequeño y aislado, que no contaba ni siquiera con escuela primaria. Siendo sus padres muy pobres, desde joven tuvo que trabajar en lo que hubiera, consiguiendo trabajo como sacristán de la iglesia del pueblo. En ese empleo duró muchos años, estaba contento, la paga era poca, pero le alcanzaba para el nivel de vida que llevaba, deseaba quedarse toda su vida trabajando ahí.

                  No obstante, un día llega un aviso de la Diócesis en el que ordenaba al señor Cura, que todos los trabajadores de la iglesia debían contar por lo menos con la educación primaria. Al no reunir ese requisito, el sacristán fue despedido.

                  Sin saber qué hacer y sin poder encontrar otro trabajo en el pueblo, tuvo que migrar a la ciudad en busca de oportunidades. Después de hacer varios trabajos, fue contratado en un puesto de revistas callejero para barrer, limpiar, acomodar y hacer mandados.

                  Tras algunos años de trabajar en ese lugar, el dueño del puesto, un señor sólo, sin familia, de edad avanzada, le toma cariño al verlo tan trabajador y honrado, por lo que decide dejarle el puesto de revistas y retirarse a descansar.

                  El no saber leer ni escribir no impidió que, con mucho trabajo, esfuerzo diario y entusiasta, hiciera rendir frutos al negocio, al grado de ir abriendo otros, hasta llegar a los que tenía actualmente.

                  El entrevistador maravillado por tal historia de éxito no dudó en preguntar a su interlocutor lo que hubiera sido de él de haber sabido leer y escribir, a lo que este contestó: SEGUIRÍA DE SACRISTÁN EN MI PUEBLO.

                  Esta historia ejemplifica a la perfección el "hecho" de que todos los cambios, por más malos que parezcan, llevan en sí mismos oportunidades.

                  El miedo al cambio, a lo desconocido, es algo natural e inherente al ser humano. Genera incertidumbre, lo que lleva a la ansiedad y desasosiego.

                  Pero eso, como todo en la vida, es una decisión que depende de nosotros mismos.

Decidamos pues no rehuir al temor, al contrario, vayamos hacía lo nuevo, incierto e inexplorado con entusiasmo y positividad, porque con toda seguridad ese cambio será lo mejor que nos pasará en nuestras vidas. ¡Ánimo!

                  ¡Hasta la próxima!