Los tributos
El pago de tributos es tan antiguo como las primeras civilizaciones organizadas, su origen data de hace miles de años.
Cuando las ciudades apenas comenzaban a florecer sobre los fértiles valles del mundo antiguo, los hombres y mujeres trabajaban la tierra, cuidaban sus ganados y levantaban sus hogares de barro y piedra, vivían del esfuerzo de sus manos, y cada familia era su propio reino, pero pronto, llegaron tiempos más complejos.
En la gran llanura de Mesopotamia (3000 a.C.), los pueblos comenzaron a construir canales para domar los ríos, erigir murallas para protegerse, organizar ejércitos para defender sus tierras.
Fue entonces cuando surgió el primer líder fuerte, astuto o elegido por los dioses, que se convirtió en el rey de su ciudad. Este prometía orden, protección y justicia, pero también exigía algo a cambio: una parte del grano que cultivaban, de las ovejas que criaban, de los jarros de cerveza que preparaban.
Así nació el primer tributo. No era voluntario, era una obligación sagrada. Cada temporada, los campesinos cargaban canastas de trigo hasta el templo o el palacio, donde los escribas anotaban cuidadosamente cuánto entregaba cada familia.
A cambio, el rey prometía enviar soldados si los bandidos asaltaban los campos o si el río amenazaba con desbordarse.
En el poderoso Egipto (2700 a.C.) los campesinos del Nilo ofrecían parte de sus cosechas al faraón, quien decía ser hijo del Sol. Los tributos no solo alimentaban a los sacerdotes y guerreros, sino que también levantaban pirámides que tocaban el cielo.
En las lejanas tierras de China (2100 a.C.), los emperadores recibían arroz, jade y tejidos. Cada pueblo debía tributar no solo con bienes, sino también con su lealtad.
Y cuando los aztecas erigieron su imponente imperio, enviaron mensajeros a los pueblos vecinos. No era una invitación: cada comunidad debía rendir cacao, plumas preciosas, algodón y maíz a Tenochtitlán, bajo la sombra de la gran pirámide. Negarse era invitar a la guerra.
Con el tiempo, el tributo se perfeccionó, ya no eran solo sacos de grano o caravanas de ovejas, surgieron monedas, escrituras, sellos.
El Imperio Romano cobraba tributos a todas sus provincias y, enviaba recaudadores que vigilaban que nadie escapara de su deuda.
En cada rincón del mundo, la escena se repetía: un gobernante prometiendo protección a cambio de tributos. Un pueblo que, a regañadientes o con resignación, entregaba parte de su riqueza para mantener la maquinaria de su civilización en marcha.
Así, de la necesidad de proteger y organizar nació el acto de tributar.
EL tributo no era otra cosa que la obligación de pago que personas o comunidades entregan a una autoridad superior (generalmente el
Estado o un gobernante) a cambio de protección, seguridad, derechos, o como señal de sometimiento.
En el México moderno a los tributos se les llama Contribuciones, habiendo 4 tipos reconocidos en el art. 31, fracc. IV de la Constitución Política Federal, denominados: "Impuestos", "Aportaciones de Seguridad
Social", "Contribuciones de Mejoras" y "Derechos"
Su regulación ordinaria la encontramos en el artículo 2º del Código Fiscal de la Federación.
No obstante su evolución y sofisticación, las contribuciones siguen guardando la misma naturaleza con los primeros tributos de hace miles de años. Son de carácter obligatorio y, su objetivo, contribuir para el sostenimiento de los mecanismos necesarios para sufragar las necesidades del bien común.
Como siempre un placer saludarlo, esperando que estas pocas palabras hayan sido de su agrado y, sobre todo, de utilidad ¡Hasta la próxima!