Manada

Más allá de sus 87 años y sus problemas de salud, el diputado Porfirio Muñoz Ledo mantiene intacta la lucidez y, sobre todo, el compromiso con la Democracia.  

Su participación en la sesión del pasado jueves por la noche en el palacio de San Lázaro, en la que fue aprobada por la mayoría de Morena y sus aliados la ampliación del término del ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, fue una cátedra de patriotismo y dignidad, cualidades muy escasas entre la clase política de México.  Un grupo que se ha convertido en un ente amorfo, indefinible, integrado en su mayoría por ignorantes, improvisados, resentidos y oportunistas.

Muñoz Ledo sabe lo que dice cuando acusa a sus compañeros de partido de violar la Constitución y advertirles que el país “está llegando a una bifurcación de la historia, a un momento de no retorno entre la democracia y el autoritarismo”.   “No somos rebaño, no somos manada, no somos cardumen, somos diputados de la nación y hemos jurado cumplir la Constitución”.

El mensaje sonó fuerte y claro, aunque lamentablemente llegó a los oídos sordos de los presuntos legisladores.  

Ocurre en el Congreso de la Unión lo mismo que vemos en la Cámara de Diputados de Baja California.  Los diputados atienden generosa y dócilmente todas las instrucciones que les da el Ejecutivo.  Da pena ver su cómo aprueban sin dudar todas las iniciativas que les envía el gobernador, incluso aquellas que intentan pasar por encima de las leyes y el bien común.  

Los ejemplos se multiplican mes con mes, esa parece ser la tónica de esta pretendida transformación, que ha venido diluyendo la separación de poderes e ignorando el respeto por las leyes. 

Así como aprobaron en su momento la llamada ley Bonilla y la ley Gandalla, ambas ampliamente cuestionadas, no dudaron en retirarle esta semana la autonomía a las fiscalías anticorrupción y de delitos electorales, para ponerlas a las órdenes del gobierno del Estado, o sea, las desaparecieron.  Está claro que ellos mismos no se van a investigar y mucho menos castigar.   

Los diputados son cardumen.  No tienen dignidad, vergüenza ni ideas propias, no cuestionan, no analizan el contenido de las iniciativas del Ejecutivo y sus probables consecuencias, y si lo hacen, son más grandes su ambición y el temor de perder los privilegios.  Finalmente callan, aprueban y pasan por su cheque.  Son manada.  Un rebaño que le cuesta mucho a los contribuyentes y que no da más a la sociedad que insatisfacciones.

Algunos andan ahí por las calles, pidiendo nuevamente el voto.  Ya veremos si los electores pasan por alto su irresponsabilidad y su cinismo o si les cobran la factura en las urnas el 6 de junio.