Perpspectiva
Ayer me invitaron a presenciar una obra de teatro, el teatro es mi pasión y sin embargo estuve a punto de rechazar la cortesía por motivos diversos. Porque la invitación provenía de una escuela privada, porque esa escuela es religiosa y además está ubicada en Caléxico California.
Los dos primeros motivos son de carácter prejuicioso, me queda claro, y el tercero es que ir a los Estados Unidos es algo que evito siempre. Las largas filas aun con tarjeta Sentri me son insoportables y vivo perfectamente si necesidad de cruzar la frontera. La extrema amabilidad de la maestra en conversación telefónica venció mis prejuicios y fui.
No era un teatro, era un enorme salón de deportes, un gimnasio o algo así, en el centro estaba montado un escenario grande y sobre él, una estructura de metal alta con luces suficientes para iluminar el doble de lo que allí estaba, una escenografía rústica que olía a pintura fresca me levantó el ánimo y sin más me senté en la primera fila que estaba con todos los asientos vacíos.
A los pocos minutos se acercó la maestra que me había hecho la invitación y después de los saludos de rigor me dijo que no era maestra de teatro sin embargo ella había dirigido ese trabajo y esperaba que me gustara. Y agregó, estoy segura de que usted entenderá. Me dijo que pertenecía al programa de literatura en español que la escuela sostenía pero que lo había ensayado en fragmentos porque los jóvenes tenían poco tiempo libre. Pensé que la maestra me estaba preparando para presenciar algo muy modesto pero cuando me extendió el programa de mano y ví el título de la obra, Los Niños de Morelia, de Víctor Hugo Rascón Banda reconozco que me sorprendí. Creo que en México ese dramaturgo ha sido olvidado.
Y allí empieza la historia. Una tercera llamada y de inmediato apareció una pantalla con una serie de fotografías en color sepia de los niños de Morelia en sus más tiernos años, cuando los mandó traer Lázaro Cárdenas. Sus rostros inocentes y miradas ansiosas me estrujaron el corazón. Migración infantil de a deveras. 457 niños en un barco, solos, mal atendidos rumbo a un destino desconocido sin ninguna explicación de nada, arrancados brutalmente de sus hogares o de lo quedaba de ellos. Confusos, tristes, asustados.
Se apagó la pantalla y empezó el teatro, las escenas, una tras otra, si dar tiempo a nada. Los niños de Morelia, contando sus historias, sin tregua. Se acabó el gobierno de Cárdenas y quedaron solos. A nadie le importaron. Explotados de mil maneras, enfermos y olvidados, vagaron por este país como seres extraños. Ni españoles ni mexicanos, eran nada. Sobrevivieron los más fuertes, otros murieron y muchos desaparecieron sin que a nadie le preocupara buscarlos.
Los jóvenes de la escuela privada, católica y norteamericana, vencieron todos mis prejuicios, Me hicieron llorar, reir un poco, pero sobre todo, reflexionar. La migración como fenómeno social es la que analizan los gobiernos, hacen foros, discuten y a veces, en el mejor de los casos, destinan presupuestos. Pero la migración como fenómeno humano, ¿Quién la asume?
Cuando terminó la función y me sequé las lágrimas, felicité a algunos actores, chicos todos, jóvenes llenos de vida que prestaron sus cuerpos y sus almas a otros chicos como ellos que vivieron hace más de ochenta años. .Se los prestaron para que no los olvidemos, a los niños de Morelia.
Cuando salí del teatro recapacité que había una trampa allí, un disloque, un mensaje oculto. Recordé lo que me dijo la maestra al llegar “estoy segura de que usted entenderá” y en ese momento entendí. Bajo la parafernalia teatral de los niños españoles se percibía el grito y el clamor de todos los niños migrantes de ahora. Los que están en albergues miserables en México, los que están presos en Estados Unidos, los niños de Morelia son todos los niños migrantes. Gracias maestra. Ya entendí. Y entonces de regreso a mi país me di cuenta de dos cosas. Que no había fila y que no podía parar de llorar.
Viveleyendo.normabustamante@gmail.com