Las huellas que quedaron en la excárcel centenaria
Las aves endémicas y sus cantos son los únicos acompañantes del personal en ese sitio, cuya actividad cada día disminuye.
TRES MARÍAS, Nay., marzo 24 (EL UNIVERSAL).- Los presos de Islas Marías fueron reubicados, pero sus huellas se quedaron en cada espacio de lo que fue el centro penitenciario de semilibertad, el más antiguo del país. Su ausencia es notoria en la isla y, si no fuera por el personal de seguridad, administrativo y de la Secretaría de Marina que aún permanece, el área sería un pueblo fantasma.
Las aves endémicas y sus cantos son los únicos acompañantes del personal en ese sitio, cuya actividad cada día disminuye.
En los dormitorios, talleres, áreas recreativas y de visita familiar, en cada camino e inmueble de la isla hay un rastro de los reos, incluso de los objetos con los que eran castigados por los custodios durante el siglo pasado.
Ahí seguirán sus huellas hasta que el tiempo las borre, porque la infraestructura de la histórica cárcel no se modificará con su transformación en centro ambiental y cultural, a decir de las autoridades federales.
Las historia de Islas Marías también quedó grabada en ocho murales pintados por reos y expresidiarios: en un auditorio se encuentran algunos sobre el origen del hombre, también de Nelson Mandela, José Revueltas, El hombre de La Mancha, el de la conmemoración de los 110 años de la isla y otro sobre Miguel de Cervantes Saavedra.
En el complejo Laguna del Toro hay uno que tiene que ver con la reinserción y otro sobre la historia de cómo llegaba la gente a la isla en diferentes barcos.
Los últimos reos que estuvieron en Laguna del Toro, uno de los tres centros que integraron el complejo penitenciario Islas Marías y que era considerado de alta seguridad, dejaron su marca como una forma de inmortalizar su estancia: escribieron mensajes en la pared de su celda de tres por tres metros cuadrados.
"La vida es un arcoiris que incluye el color negro. SLP", "Bienvenido Islas Marías. Neza Bordo Rifa. 28 de Agosto de 2018", "Yo soy mero cabeza, ten cuidado no te vayas a ensartar tú solo", "Aquí dormía el trompas, chupón, toluco, Estado de México", se lee en celdas de lo que fue el Módulo de Alta Seguridad C-3, el cual tenía a la población más joven, conflictiva y con problemas con la autoridad carcelaria.
"Aquí se hacía la clasificación y luego el área técnica, médica y criminólogos determinaban a qué centro iban en semilibertad: Morelos, Laguna del Toro o Aserradero", señala Gregorio Pérez Benítez, comandante de seguridad, quien estuvo año y medio a cargo del C-3.
Comenta que ahí también eran recluidos jóvenes que purgaban sentencias por robo y que no seguían las indicaciones de las autoridades penitenciarias. Los internos también utilizaban este espacio como refugio cuando tenían conflicto con otro reo de la población. El inmueble tiene 512 lugares y antes de cerrar sólo había más de 20 presos procedentes del penal Neza Bordo, en el Estado de México.
En el Centro Federal y de Readaptación Social (Cefereso) Morelos estaban los internos con alguna discapacidad, enfermedades crónico-degenerativas y los adultos mayores, muchos de ellos provenientes de Chiapas, Baja California, Michoacán, Guanajuato y Sinaloa.
Eran 199 y cumplían sentencia por delitos contra la salud. Fueron ubicados en esa área por su cercanía con el hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que hay en Islas Marías.
La iglesia, los talleres de artesanía, hilo, repujado y el campo de futbol, con el que todavía cuenta el penal Morelos, lucen solos. En el taller de carpintería quedan herramientas y piezas que elaboraban y vendían los internos.
"Las huellas del centenario penal seguirán. Así es como ellos dejaron lo que prácticamente fue su casa", afirma Miriam Adriana Estrada Jove, encargada del área médica.
Aserradero era un centro donde se encontraban los internos que estaban por cumplir su condena y en Bugambilias desempeñaban actividades ganaderas, agropecuarias y se llevaba a cabo la visita familiar y convivencia.
"Cuando los reos obtenían su libertad, sus familias no querían irse (...) Decían que aquí encontraron la felicidad", asegura Marco Antonio Rojeiro Estrada, encargado de la Dirección de Administración del Centro Penitenciario Morelos.
En entrevista con EL UNIVERSAL, el titular del Órgano Desconcentrado Prevención y Readaptación Social, Francisco Garduño Yánez, afirma que Islas Marías ha vivido tres etapas: la primera, en 1930, en la que había una división muy fuerte; la segunda fue de prevención, y la tercera, en los años 70, de prevención y readaptación social: "Ahora sería la cuarta etapa, que coincide con la Cuarta Transformación, que es el cierre del penal", afirma.
La directora del expenal, Gabriela Cerón Ramírez, señala que Islas Marías era una comunidad en la que había respeto entre reos y autoridades. Reconoce que al cerrarse, la población penitenciaria perdió la semilibertad que gozaba, pero "tiene que seguir su vida".
Sus restos descansan en el panteón del expenal
Los restos de "El Sapo", "El Padre Trampitas", "Gladys" y "El Ranchero Hippie" descansan en el panteón del excomplejo penitenciario, que data de inicios del siglo XX.
Sus historias de amistad, desamor y frustración ya son leyendas que se cuentan en la comunidad del archipiélago del Pacífico mexicano, como si hubieran sido ayer.
Las vidas de tres internos y un sacerdote jesuita que hizo labor social quedaron plasmadas en el expenal federal, ahora llamado centro ambiental y cultural.
Marco Antonio Rojeiro Estrada, un trabajador de la Dirección de Administración, cuenta que José Rodríguez "El Sapo" fue un sargento del Ejército mexicano que, durante la guerra cristera, dio un bazucazo a una iglesia, en la que mató a muchos fieles católicos.
Fue llevado a las Islas Marías por los crímenes que cometió, ahí llegó a tener fama de matón, "nadie lo redimía de ser delincuente malvado", cuenta Rojeiro.
Se hizo gran amigo del sacerdote jesuita Juan Manuel Martínez Macías, "El Padre Trampitas", quién al morir, en 1990, pidió que sus restos fueran llevados a la isla para ser enterrados junto con los de su amigo "El Sapo", muerto en 1983.
"Se le conocía como 'Padre Trampitas' porque era muy ducho en el manejo de las cartas y les decía a los internos que si les ganaba se tenían que portar bien durante un determinado tiempo. Si ellos le ganaban a él, les deba cigarros", relata Rojeiro Estrada.
Reo se suicidó por desamor
En el panteón del excentro penitenciario también está la tumba del interno al que se le conoció como "El Ranchero Hippie", porque traía siempre su guitarra, un sombrero y cantaba corridos.
Se enamoró de una enfermera del hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), pero nunca fue correspondido, relata Marco Antonio Rojeiro Estrada.
El trabajador comenta que en un estado de depresión por su decepción amorosa decidió aventarse del faro para suicidarse: "Cayó sentado y vivió menos de una hora, fue atendido por personal del IMSS, pero lamentablemente falleció".
Esto sucedió, agrega, por el año 1992. "El Ranchero Hippie" fue trasladado como reo a las Islas Marías por el delito de robo y su tumba está pérdida entre la maleza del descuidado panteón.
"Están enterrados también empleados que fallecieron aquí, uno de ellos se llamaba Modesto Espinosa Mézquita, era oficial de seguridad y cuando falleció las autoridades querían sacar sus restos de Islas Marías, pero sus familiares dijeron que una de sus últimas voluntades fue quedar enterrado aquí", añade.
La directora del expenal de las Islas Marías, Gabriela Cerón Ramírez, explica que hay un total de 169 lápidas de presos, así como de sus familiares y de empleados que decidieron permanecer para siempre en el archipiélago.
"Aquí hay restos de niñas, internos, familiares de reos, empleados de la comunidad penitenciaria", comenta en entrevista con EL UNIVERSAL.
Cerón Ramírez afirma que cuando inició operaciones el penal murieron familias enteras que vivían con los presos por problemas de salud y epidemias.
Gladys, la interna "que no se dejaba"
Estaba recluida en el complejo penitenciario Morelos y se llamaba Gladys Cipriano Martínez, originaria de la Ciudad de México.
Un día, comenta Marco Antonio Rojeiro Estrada, la joven de entre 25 y 26 años de edad regresaba de un baile, pues anteriormente se podía transitar entre reclusorios únicamente con solicitar permiso a las autoridades.
"No llegó a su campamento, se le anduvo buscando y se le encontró en el cerro ahorcada", cuenta Rojeiro Estrada.
Se dice que la joven se ahorcó porque su mamá había fallecido y en un estado depresivo tomó la decisión de suicidarse.
Esto sucedió en el año 2000, añade. Rojeiro Estrada narra que Gladys era una jovencita atractiva y de conducta belicosa, que no se dejaba de nadie: "Se peleaba con hombres y no se le podían acercar mucho", recuerda el trabajador de la isla.
Se hicieron las investigaciones, pero se comprobó que, efectivamente, Gladys, quien había sido sentenciada por robo, se había ahorcado.
Las aves endémicas y sus cantos son los únicos acompañantes del personal en ese sitio, cuya actividad cada día disminuye.
En los dormitorios, talleres, áreas recreativas y de visita familiar, en cada camino e inmueble de la isla hay un rastro de los reos, incluso de los objetos con los que eran castigados por los custodios durante el siglo pasado.
Ahí seguirán sus huellas hasta que el tiempo las borre, porque la infraestructura de la histórica cárcel no se modificará con su transformación en centro ambiental y cultural, a decir de las autoridades federales.
Las historia de Islas Marías también quedó grabada en ocho murales pintados por reos y expresidiarios: en un auditorio se encuentran algunos sobre el origen del hombre, también de Nelson Mandela, José Revueltas, El hombre de La Mancha, el de la conmemoración de los 110 años de la isla y otro sobre Miguel de Cervantes Saavedra.
En el complejo Laguna del Toro hay uno que tiene que ver con la reinserción y otro sobre la historia de cómo llegaba la gente a la isla en diferentes barcos.
Los últimos reos que estuvieron en Laguna del Toro, uno de los tres centros que integraron el complejo penitenciario Islas Marías y que era considerado de alta seguridad, dejaron su marca como una forma de inmortalizar su estancia: escribieron mensajes en la pared de su celda de tres por tres metros cuadrados.
"La vida es un arcoiris que incluye el color negro. SLP", "Bienvenido Islas Marías. Neza Bordo Rifa. 28 de Agosto de 2018", "Yo soy mero cabeza, ten cuidado no te vayas a ensartar tú solo", "Aquí dormía el trompas, chupón, toluco, Estado de México", se lee en celdas de lo que fue el Módulo de Alta Seguridad C-3, el cual tenía a la población más joven, conflictiva y con problemas con la autoridad carcelaria.
"Aquí se hacía la clasificación y luego el área técnica, médica y criminólogos determinaban a qué centro iban en semilibertad: Morelos, Laguna del Toro o Aserradero", señala Gregorio Pérez Benítez, comandante de seguridad, quien estuvo año y medio a cargo del C-3.
Comenta que ahí también eran recluidos jóvenes que purgaban sentencias por robo y que no seguían las indicaciones de las autoridades penitenciarias. Los internos también utilizaban este espacio como refugio cuando tenían conflicto con otro reo de la población. El inmueble tiene 512 lugares y antes de cerrar sólo había más de 20 presos procedentes del penal Neza Bordo, en el Estado de México.
En el Centro Federal y de Readaptación Social (Cefereso) Morelos estaban los internos con alguna discapacidad, enfermedades crónico-degenerativas y los adultos mayores, muchos de ellos provenientes de Chiapas, Baja California, Michoacán, Guanajuato y Sinaloa.
Eran 199 y cumplían sentencia por delitos contra la salud. Fueron ubicados en esa área por su cercanía con el hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que hay en Islas Marías.
La iglesia, los talleres de artesanía, hilo, repujado y el campo de futbol, con el que todavía cuenta el penal Morelos, lucen solos. En el taller de carpintería quedan herramientas y piezas que elaboraban y vendían los internos.
"Las huellas del centenario penal seguirán. Así es como ellos dejaron lo que prácticamente fue su casa", afirma Miriam Adriana Estrada Jove, encargada del área médica.
Aserradero era un centro donde se encontraban los internos que estaban por cumplir su condena y en Bugambilias desempeñaban actividades ganaderas, agropecuarias y se llevaba a cabo la visita familiar y convivencia.
"Cuando los reos obtenían su libertad, sus familias no querían irse (...) Decían que aquí encontraron la felicidad", asegura Marco Antonio Rojeiro Estrada, encargado de la Dirección de Administración del Centro Penitenciario Morelos.
En entrevista con EL UNIVERSAL, el titular del Órgano Desconcentrado Prevención y Readaptación Social, Francisco Garduño Yánez, afirma que Islas Marías ha vivido tres etapas: la primera, en 1930, en la que había una división muy fuerte; la segunda fue de prevención, y la tercera, en los años 70, de prevención y readaptación social: "Ahora sería la cuarta etapa, que coincide con la Cuarta Transformación, que es el cierre del penal", afirma.
La directora del expenal, Gabriela Cerón Ramírez, señala que Islas Marías era una comunidad en la que había respeto entre reos y autoridades. Reconoce que al cerrarse, la población penitenciaria perdió la semilibertad que gozaba, pero "tiene que seguir su vida".
Sus restos descansan en el panteón del expenal
Los restos de "El Sapo", "El Padre Trampitas", "Gladys" y "El Ranchero Hippie" descansan en el panteón del excomplejo penitenciario, que data de inicios del siglo XX.
Sus historias de amistad, desamor y frustración ya son leyendas que se cuentan en la comunidad del archipiélago del Pacífico mexicano, como si hubieran sido ayer.
Las vidas de tres internos y un sacerdote jesuita que hizo labor social quedaron plasmadas en el expenal federal, ahora llamado centro ambiental y cultural.
Marco Antonio Rojeiro Estrada, un trabajador de la Dirección de Administración, cuenta que José Rodríguez "El Sapo" fue un sargento del Ejército mexicano que, durante la guerra cristera, dio un bazucazo a una iglesia, en la que mató a muchos fieles católicos.
Fue llevado a las Islas Marías por los crímenes que cometió, ahí llegó a tener fama de matón, "nadie lo redimía de ser delincuente malvado", cuenta Rojeiro.
Se hizo gran amigo del sacerdote jesuita Juan Manuel Martínez Macías, "El Padre Trampitas", quién al morir, en 1990, pidió que sus restos fueran llevados a la isla para ser enterrados junto con los de su amigo "El Sapo", muerto en 1983.
"Se le conocía como 'Padre Trampitas' porque era muy ducho en el manejo de las cartas y les decía a los internos que si les ganaba se tenían que portar bien durante un determinado tiempo. Si ellos le ganaban a él, les deba cigarros", relata Rojeiro Estrada.
Reo se suicidó por desamor
En el panteón del excentro penitenciario también está la tumba del interno al que se le conoció como "El Ranchero Hippie", porque traía siempre su guitarra, un sombrero y cantaba corridos.
Se enamoró de una enfermera del hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), pero nunca fue correspondido, relata Marco Antonio Rojeiro Estrada.
El trabajador comenta que en un estado de depresión por su decepción amorosa decidió aventarse del faro para suicidarse: "Cayó sentado y vivió menos de una hora, fue atendido por personal del IMSS, pero lamentablemente falleció".
Esto sucedió, agrega, por el año 1992. "El Ranchero Hippie" fue trasladado como reo a las Islas Marías por el delito de robo y su tumba está pérdida entre la maleza del descuidado panteón.
"Están enterrados también empleados que fallecieron aquí, uno de ellos se llamaba Modesto Espinosa Mézquita, era oficial de seguridad y cuando falleció las autoridades querían sacar sus restos de Islas Marías, pero sus familiares dijeron que una de sus últimas voluntades fue quedar enterrado aquí", añade.
La directora del expenal de las Islas Marías, Gabriela Cerón Ramírez, explica que hay un total de 169 lápidas de presos, así como de sus familiares y de empleados que decidieron permanecer para siempre en el archipiélago.
"Aquí hay restos de niñas, internos, familiares de reos, empleados de la comunidad penitenciaria", comenta en entrevista con EL UNIVERSAL.
Cerón Ramírez afirma que cuando inició operaciones el penal murieron familias enteras que vivían con los presos por problemas de salud y epidemias.
Gladys, la interna "que no se dejaba"
Estaba recluida en el complejo penitenciario Morelos y se llamaba Gladys Cipriano Martínez, originaria de la Ciudad de México.
Un día, comenta Marco Antonio Rojeiro Estrada, la joven de entre 25 y 26 años de edad regresaba de un baile, pues anteriormente se podía transitar entre reclusorios únicamente con solicitar permiso a las autoridades.
"No llegó a su campamento, se le anduvo buscando y se le encontró en el cerro ahorcada", cuenta Rojeiro Estrada.
Se dice que la joven se ahorcó porque su mamá había fallecido y en un estado depresivo tomó la decisión de suicidarse.
Esto sucedió en el año 2000, añade. Rojeiro Estrada narra que Gladys era una jovencita atractiva y de conducta belicosa, que no se dejaba de nadie: "Se peleaba con hombres y no se le podían acercar mucho", recuerda el trabajador de la isla.
Se hicieron las investigaciones, pero se comprobó que, efectivamente, Gladys, quien había sido sentenciada por robo, se había ahorcado.