Golpe de Estado en Reino Unido
Desde el Siglo de las Luces se ha cuestionado el poder despótico, su
concentración omnímoda sobre de la voluntad de una mayoría ignorada cuyo
designio quedaba supeditado muchas veces a la caprichosa decisión de una
persona.
Pensadores como Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón
de Montesquieu, Jean Jacques Rosseau y François-Marie Arouet más
conocido como Voltaire entre otros brillantes reformistas liberales contribuyeron
a edificar las bases de un sistema democrático con poderes escindidos a fin de
evitar la concentración de criterios y la toma de decisiones en una sola
persona.
Y en ese juego de espejos y equilibrios entre el poder Ejecutivo,
Legislativo y Judicial desmenuzado por Montesquieu estaba lo que Rousseau
defendió por su carácter diametralmente imprescindible: “Como el soberano no
tiene otra fuerza que el poder Legislativo, solo actúa por las leyes. Y como las
leyes no son más que actos auténticos de la voluntad general, el soberano solo
podría actuar cuando el pueblo está reunido”.
El Legislativo, esgrimió el pensador francés, en su obra cumbre “El
contrato social” es el corazón del Estado, el poder Ejecutivo es el cerebro que
da movimiento a todas partes; “el cerebro puede caer en parálisis, pero el
individuo puede seguir viviendo”.
Ese corazón se ha rebelado en Westminster ante una medida que ha
sido calificada históricamente como “antidemocrática” y de “golpe de Estado”
en la nación británica tras el anuncio del premier ministro Boris Johnson de
paralizar la actividad legislativa desde el 10 de septiembre hasta el próximo 14
de octubre.
Johnson se ha obcecado en un Brexit salvaje, prácticamente llevarlo in
extremis hasta lo que según él cree es su estrategia para doblegar a la Unión
Europea (UE) a fin de que acepte las condiciones de Downing Street. Pierde
más el que se va, que el que se queda.
Tal decisión –además avalada por la reina Isabel II- ha dejado con la
boca abierta en Europa y ha servido como catalizador para sacar a la gente a
las calles de la City, esta vez en masa, para defender a su democracia… ya no
es solo el asunto del Brexit con acuerdo o sin acuerdo para el 31 de octubre
próximo, es un moral desafío a la democracia británica. Johnson por encima
del Legislativo.
Lo que ha desnudado la vorágine británica es hasta dónde puede
maniatarse y manosearse a la democracia si el gobernante se muestra
testarudo en llevar el plan que a él le convenga.
Desde que se votó el referéndum del Brexit -23 de junio de 2016- una
mala enfermedad se ha apoderado del gobierno y de la democracia británica
que ha ido deformándose conforme se cae en un choque frontal entre el
Ejecutivo y el Legislativo. Ningún caso, de ningún otro país de Europa, es tan
llamativo y eso que en la última década como resultado de la larga crisis
económica y del incremento del descontento ciudadano cada vez hay más
países europeos enfrentando sendos desafíos para formar gobierno tras unas
elecciones.
No solo además para formarlo sino también para mantener las
coaliciones funcionando porque muchos de esos pactos iniciales terminan rotos
a medio camino orillando a nuevas elecciones generales.
A COLACIÓN
Al premier Johnson le han llamado “dictador” en la Cámara de los
Comunes, le han acusado de un golpe de Estado con su decisión de dejar sin
actividad parlamentaria durante cinco semanas al Parlamento. Le han dicho en
su cara que “esto no es Caracas”.
Una veintena de sus propios legisladores tories han antepuesto “los
intereses de la democracia” sobre de los de su Partido Conservador para votar
una ley propuesta por los laboristas de Jeremy Corbyn a fin de evitar en la
fecha que sea, una salida sin un acuerdo… evitar a toda costa un Brexit
salvaje. Han votado ese blindaje y de paso le han recordado a Johnson porque
el Legislativo es el corazón del Estado según Rousseau.
Darle a la democracia en la diana se está convirtiendo en el
maquiavélico juego preferido de varios políticos mundiales obsesionados por
demostrar que, sus egos, están por encima de las mayorías, de las
instituciones, del Estado, de las leyes… en suma, de la esencia misma de la
democracia.
¿Qué es lo más llamativo? Que está aconteciendo en las gloriosas
democracias occidentales, es decir, ya no son las críticas acostumbradas y
recurrentes de la salud de los sistemas políticos de África, ni de América
Central o América del Sur, o de China o Rusia.
El problema endémico acontece en Italia, en España, en Reino Unido,
también en Alemania, en Francia y otras democracias en las que últimamente
viene siendo costumbre que el candidato ganador no siempre termina
gobernando o si lo hace es porque ha tenido que pactar hasta con el diablo
para ser investido.
Directora de Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo
económico y escritora de temas internacionales