AMLO, el feminismo y los valores postmaterialistas
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Las recientes marchas realizadas por mujeres mexicanas para protestar contra los
lastres y abusos sacudieron al país e incendiaron las redes sociales. Sucedió así
porque fue una marcha nacional que puso en el centro las largas arbitrariedades e
impunidades sufridas por un importante sector de la población, una marcha que
también terminó con algunos actos de violencia y destrucción de propiedad pública,
siempre injustificables (la extensa pintarrajeada al Ángel de la Independencia es
indigno, por decir lo menos). Y vale la pena aprovechar este suceso para conectarlo
con un tema más amplio que ha pasado un tanto desapercibido pero resulta
importante: la relación del presidente López Obrador con los llamados “valores
postmaterialistas”.
El concepto de “valores postmaterialistas” fue acuñado por el politólogo
estadounidense Ronald Inglehart en su libro La revolución silenciosa publicado en
1977. En él el autor nos dice que debido a que la tan anhelada seguridad física y
económica era ya una realidad en algunas sociedades, los valores estaban cambiando
de unos que ponían en el centro la sobrevivencia (valores materiales) a otros más
amplios como la libertad de expresión, la igualdad de género, las causas
medioambientales y la tolerancia a la comunidad gay (valores postmateriales). Y en
este sentido podemos observar una avidez en los primeros y un oscurantismo en los
segundos en la agenda lopezobradorista.
Solo basta unir los puntos para darnos cuenta de la idiosincrasia anacrónica del
presidente de la República: ha puesto a la religión y a los religiosos en primera fila en
su gobierno, le tiene una tirria a la ciencia y tecnología, y sus políticas energéticas
representan un regreso a los errores del pasado. Encima de ello hay que añadir una
repulsión expresa o tácita -según le convenga- a los valores postmateriales: golpeteo
constante a la prensa a través de sus palabras, un silencio en la agenda de igualdad de
género, un retroceso en las causas medioambientales y un apoyo mínimo y un tanto
forzado a la comunidad gay. Y en esta lógica es que se inscribe su mutismo en torno a
los lastres sufridos por las mujeres en México y las marchas del pasado fin de semana:
solo apoyó que no se haya usado la fuerza, y acto seguido comenzó a hablar de la
hipocresía de “los conservadores”, con la mente puesta, claro, en el siglo XIX.
El gran problema entonces es que existe una importante disonancia de agendas, que
habrá de traer consecuencias. Por una parte México es ya un país de ingreso medio,
con una clase media que está medio educada y urbanizada (“medios” que dejan aún
mucho qué desear, pero “medios” finalmente); esa población es la que tiene mayor
consciencia de los valores postmateriales, los ha hecho suyos y está impulsando su
agenda. Pero por otra parte tenemos a un presidente que no se ha modernizado y
piensa que gobierna en el México de los setentas, con una población ubicada en una
escala económica más baja y que, por ende, carece de valores postmateriales. El
problema entonces surge cuando no se siguen construyendo y fortaleciendo las
instituciones capaces de darle cause a esos valores que tiene y problemáticas que
sufre una parte importante de la población. Y sus consecuencias se observarán en
desbordes emocionales y actos de violencia. ¿Forman parte de la agenda
gubernamental nacional los abusos, violaciones e impunidad sufridas por las mujeres
mexicanas? ¿La igualdad de género? No parece. Y entonces, las manifestaciones se
salen de control.
Los valores postmaterialistas, aunque no perfectos y en parte debatibles, son
fundamentalmente correctos y forman parte en gran medida de la sociedad mexicana.
Pero tenemos a un jefe de Estado que los ignora y medio detesta en el mejor de los
casos, y por ello habrá más de lo sucedido el viernes pasado.
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