CULIACÁN, UN CASO QUE POLARIZA LAS OPINIONES

El libro Anatomía de perversidades, escrito por Jorge Carpizo McGregor, relata un

acontecimiento que tuvo lugar el 13 de diciembre de 1993, un año y meses

después de que las relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano fueran

reanudadas, en septiembre de 1992.

Comenta el exprocurador general de la República que alrededor de las 23:00

horas de ese día, fue llamado a una reunión con el presidente Carlos Salinas de

Gortari y el nuncio apostólico Girolamo Prigione, cuya presencia tenía el proposito

de interceder para que el entonces presidente de México recibiera a uno de los

hermanos Arellano Félix, interesado en dar su versión sobre el asesinato del

cardenal de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo, y asegurarle que ellos

(Ramón y Benjamín) eran inocentes.

Cuando Salinas pide el consejo de Carpizo, éste le contesta: “No, señor

presidente, usted no puede hacerlo, usted no puede recibirlo”. Acto seguido, el

representante del papa en México preguntó qué debía decir a ese hermano de los

Arellano Félix que aguardaba en la nunciatura.

"Que se entregué", respondió Carpizo con firmeza. Enseguida, Prigione solicitó al

presidente Salinas preservar la integridad de la sede diplomática.

Cuenta Carpizo que en ese momento pensó armar un operativo para aprender al

Arellano Félix que estaba en la nunciatura, pero que se detuvo por temor a las

consecuencias de improvisar un operativo que, aparte de causar un conflicto

diplomático, conllevaba terribles riesgos operativos y estratégicos. Fue así como

se decidió no proceder a su captura.

El anterior relato nos permite saber que lo ocurrido hace unos días en Culiacán,

Sinaloa, ya ha pasado en anteriores sexenios. La única diferencia es que el caso

antes relatado tuvo lugar antes de la existencia de las redes sociales y su poder

viral. De haber existido estas plataformas digitales, la PGR, la presidencia de la

República y la Iglesia católica hubieran sido blanco de ataques y señalamientos de

diferente tipo.

Hablemos ahora del caso de Oviedo Guzmán López, cuya captura legal en

Culiacán, el pasado 17 de octubre, y la decisión de dejarlo posteriormente libre,

han polarizado las posiciones en medios y redes sociales en dos bandos

irreconciliables.

En mi opinión, en ambas partes hay intereses políticos y bastante exageración, lo

que impide que la sociedad pueda comprender en su justa dimensión qué fue lo

que sucedió ese día.

Entre los críticos de la medida encontramos a denigrantes sin piedad, que califican

al Estado mexicano como “débil, sin brújula y errático frente al crimen organizado”;

pero también apologistas que aplauden la decisión que tomaron los integrantes del

gabinete de seguridad, la cual fue respaldada por el presidente Andrés Manuel

López Obrador, quien señaló en Oaxaca el pasado viernes: “Yo estuve de acuerdo

con eso”; y añadió: “no se trata de masacres, eso ya se terminó. No puede valer

más la captura de un delincuente que las vidas de las personas. Ellos tomaron

esta decisión y yo la respaldé.”

Para los partidarios de la decisión fue más que correcto soltar a Guzmán López,

una decisión que puso fin a una jornada de violencia en la que ocho personas

perdieron la vida, y que incluyó bloqueos de vialidades y balaceras intensas en

distintos puntos de Culiacán, la capital de Sinaloa y ciudad más grande de esa

entidad federativa.

Un sector de la prensa y los adversarios políticos del presidente califican como

“una vergüenza” la liberación del hijo de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, mejor

conocido como el “Chapo” Guzmán, el narcotraficante más célebre del presente

siglo, y quien el pasado mes de julio fue condenado a cadena perpetua y 30 años

adicionales por una corte de Estados Unidos, un fallo acerca del cual el presidente

de México opinó en su momento: “Una condena de esta en la cárcel de por vida,

conmueve”.

Los críticos del presidente se preguntan si decisiones de esta envergadura son lo

mejor para pacificar a México, un país que en los últimos días ha registrado

ataques sangrientos contra las fuerzas de seguridad por parte de algunos cárteles

de la droga, algo que, en honor de la verdad, ha ocurrido también en anteriores

administraciones, no sólo en la llamada Cuarta Transformación.

A pesar de que la polémica decisión ha dado mucho de que hablar en los últimos

días, Alfonso Durazo, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana del

Gobierno de México, ha sido claro al señalar que no habrá pacto ni negociación

alguna con el crimen organizado. También anunció que reforzarán los operativos

de seguridad en el estado de Sinaloa.

La libertad de expresión en México garantiza la libre manifestación de

pensamiento, ideas y opiniones, y que sobre el caso Culiacán siga corriendo

mucha tinta, con opiniones a favor y en contra de la decisión; lo importante es que

actuemos siempre con respeto, responsabilidad y de manera propositiva,

difundiendo mensajes que coadyuven al logro de la paz social, tan necesaria para

el progreso de México.



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