Democracia ¿El camino correcto?
El origen etimológico de la palabra democracia proviene de los
vocablos griegos “demos”, que significa “personas”, y “kratos” “poder”;
“el poder del pueblo”.
La democracia es una forma de organización del Estado en la cual
las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante
mecanismos de participación ciudadana que confieren legitimidad a sus
representantes.
Constituye un ideal que busca la libertad y la igualdad de los seres
humanos, el cual pretende hacerse efectivo a través de un conjunto de
normas e instituciones específicas, dando origen así a los sistemas
políticos democráticos.
El origen de su práctica se remonta a la Antigua Grecia,
organizada en ciudades estado a las cuales se les denominaba polis.
Para Aristóteles, la democracia se fundamentaba en la idea de que
sí los hombres son iguales en cualquier aspecto, lo serán en todos, por
lo que tienen los mismos derechos y valor en la toma de decisiones que
los atañe.
En la democracia moderna, los ciudadanos ejercen el poder
político a través de sus representantes, elegidos mediante el voto, en
elecciones libres y periódicas, por lo cual la actividad del Estado y la
toma de decisiones, en teoría, expresan la voluntad política que el
pueblo ha hecho recaer sobre sus dirigentes. Este es el sistema de
gobierno más practicado en el mundo.
Sin embargo, en sus orígenes, en la Antigua Grecia, la democracia
era practicada de forma directa o pura, es decir, la ejercían
directamente los mismos ciudadanos, sin intermediación de
representantes, ellos eran quienes participaban directamente en la toma
de decisiones de carácter político.
La idea central en torno a la cual gira la democracia es que, al
expresar la genuina voluntad de la mayoría del pueblo, sus decisiones y
actuaciones son legítimas y por tanto mas justas y correctas. Pero ¿Será
realmente así?
En la historia tenemos ejemplos sobre decisiones democráticas
bastante cuestionables, siendo el más trascendente, sin duda, la
condena impuesta a Jesucristo.
Durante su juicio, Pilato, no obstante que buscaba la manera de
poner en libertad a Jesús, al considerarlo inocente del delito que se le
imputaba, se vio impedido para hacerlo debido a las presiones de los
judíos, entre los que se encontraban los sumos sacerdotes, quienes eran
los dirigentes del pueblo, le gritaban: “Si pones en libertad a este, no
eres amigo de César. Todo el que se hace rey habla contra César”. (Juan
19:12.)
Tiberio, el emperador romano de aquel tiempo, tenía la fama de
asesinar a todo el que considerara infiel, aun si se trataba de un oficial
de alto rango. Como Pilato ya había provocado la ira de los judíos, no
podía arriesgarse a empeorar las cosas, y mucho menos a que lo
acusaran de traidor.
Los gritos de la muchedumbre suponían una amenaza para Pilato,
un chantaje que le infundió miedo, de modo que cedió a la presión e
hizo que Jesús, un hombre inocente, fuera fijado en un madero (Juan
19:16).
“… Caifás, el sumo sacerdote le preguntó a Jesús: “¿Eres tú el
Cristo el Hijo del Bendito?”. A lo que Jesús contestó: “Lo soy; y ustedes
verán al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y
viniendo con las nubes del cielo”. Los sacerdotes interpretaron esta
respuesta como una blasfemia, y “todos ellos lo condenaron,
declarándolo ser digno de muerte” (Marcos 14:61-64).
No cabe la menor duda de que la decisión de condenar a muerte a
Jesús es una genuina expresión de los legítimos representantes del
pueblo judío, apoyada además por la avasalladora aceptación de los
ciudadanos que estaban presentes, pero ¿El que haya sido una decisión
democrática, la hace justa o correcta? En ese caso específico ¿Habría
sido justificable que Pilato se hubiera impuesto sobre la decisión de la
mayoría y salvara a Jesús?
Considerar lo anterior significaría que el ejercicio democrático
admitiera restricciones y controles, para que en casos muy específicos
consintiera su sometimiento a la decisión de unos cuantos.
Planteado así, sería imposible siquiera pensar en permitir que se
limite la democracia, sin embargo, de seguro muchos lo hubieran
preferido con tal de salvar al hijo de Dios.
Las interrogantes inevitablemente invitan a reflexionar respecto al
caso mexicano, en el cual, sin duda, nuestro gobierno actual fue el
resultado de un ejercicio democrático genuino y legítimo que expresó la
voluntad de la gran mayoría de los ciudadanos, sin embargo, se ha visto
en la práctica, fundamentado en información oficial, una preocupante
ausencia de profesionalismos de la función pública ocasionado sobre
todo por un importante número de servidores públicos de elección
popular sin preparación, lo que ha propiciado una serie de toma de
decisiones muy cuestionables, con graves consecuencias tanto en el
contexto económico, como en el político y social, en un claro detrimento
del almenaje social.
Como siempre un placer saludarlo, esperando que estas pocas
letras hayan sido de su agrado y sobre todo de utilidad ¡Hasta la
próxima!