Democracia ¿El camino correcto?

Por: Juan Bautista Lizarraga | 06/18/2019

El origen etimológico de la palabra democracia proviene de los

vocablos griegos “demos”, que significa “personas”, y “kratos” “poder”;

“el poder del pueblo”.

La democracia es una forma de organización del Estado en la cual

las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante

mecanismos de participación ciudadana que confieren legitimidad a sus

representantes.

Constituye un ideal que busca la libertad y la igualdad de los seres

humanos, el cual pretende hacerse efectivo a través de un conjunto de

normas e instituciones específicas, dando origen así a los sistemas

políticos democráticos.

El origen de su práctica se remonta a la Antigua Grecia,

organizada en ciudades estado a las cuales se les denominaba polis.

Para Aristóteles, la democracia se fundamentaba en la idea de que

sí los hombres son iguales en cualquier aspecto, lo serán en todos, por

lo que tienen los mismos derechos y valor en la toma de decisiones que

los atañe.

En la democracia moderna, los ciudadanos ejercen el poder

político a través de sus representantes, elegidos mediante el voto, en

elecciones libres y periódicas, por lo cual la actividad del Estado y la

toma de decisiones, en teoría, expresan la voluntad política que el

pueblo ha hecho recaer sobre sus dirigentes. Este es el sistema de

gobierno más practicado en el mundo.

Sin embargo, en sus orígenes, en la Antigua Grecia, la democracia

era practicada de forma directa o pura, es decir, la ejercían

directamente los mismos ciudadanos, sin intermediación de

representantes, ellos eran quienes participaban directamente en la toma

de decisiones de carácter político.

La idea central en torno a la cual gira la democracia es que, al

expresar la genuina voluntad de la mayoría del pueblo, sus decisiones y

actuaciones son legítimas y por tanto mas justas y correctas. Pero ¿Será

realmente así?

En la historia tenemos ejemplos sobre decisiones democráticas

bastante cuestionables, siendo el más trascendente, sin duda, la

condena impuesta a Jesucristo.

Durante su juicio, Pilato, no obstante que buscaba la manera de

poner en libertad a Jesús, al considerarlo inocente del delito que se le

imputaba, se vio impedido para hacerlo debido a las presiones de los

judíos, entre los que se encontraban los sumos sacerdotes, quienes eran

los dirigentes del pueblo, le gritaban: “Si pones en libertad a este, no

eres amigo de César. Todo el que se hace rey habla contra César”. (Juan

19:12.)

Tiberio, el emperador romano de aquel tiempo, tenía la fama de

asesinar a todo el que considerara infiel, aun si se trataba de un oficial

de alto rango. Como Pilato ya había provocado la ira de los judíos, no

podía arriesgarse a empeorar las cosas, y mucho menos a que lo

acusaran de traidor.

Los gritos de la muchedumbre suponían una amenaza para Pilato,

un chantaje que le infundió miedo, de modo que cedió a la presión e

hizo que Jesús, un hombre inocente, fuera fijado en un madero (Juan

19:16).

“… Caifás, el sumo sacerdote le preguntó a Jesús: “¿Eres tú el

Cristo el Hijo del Bendito?”. A lo que Jesús contestó: “Lo soy; y ustedes

verán al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y

viniendo con las nubes del cielo”. Los sacerdotes interpretaron esta

respuesta como una blasfemia, y “todos ellos lo condenaron,

declarándolo ser digno de muerte” (Marcos 14:61-64).

No cabe la menor duda de que la decisión de condenar a muerte a

Jesús es una genuina expresión de los legítimos representantes del

pueblo judío, apoyada además por la avasalladora aceptación de los

ciudadanos que estaban presentes, pero ¿El que haya sido una decisión

democrática, la hace justa o correcta? En ese caso específico ¿Habría

sido justificable que Pilato se hubiera impuesto sobre la decisión de la

mayoría y salvara a Jesús?

Considerar lo anterior significaría que el ejercicio democrático

admitiera restricciones y controles, para que en casos muy específicos

consintiera su sometimiento a la decisión de unos cuantos.

Planteado así, sería imposible siquiera pensar en permitir que se

limite la democracia, sin embargo, de seguro muchos lo hubieran

preferido con tal de salvar al hijo de Dios.

Las interrogantes inevitablemente invitan a reflexionar respecto al

caso mexicano, en el cual, sin duda, nuestro gobierno actual fue el

resultado de un ejercicio democrático genuino y legítimo que expresó la

voluntad de la gran mayoría de los ciudadanos, sin embargo, se ha visto

en la práctica, fundamentado en información oficial, una preocupante

ausencia de profesionalismos de la función pública ocasionado sobre

todo por un importante número de servidores públicos de elección

popular sin preparación, lo que ha propiciado una serie de toma de

decisiones muy cuestionables, con graves consecuencias tanto en el

contexto económico, como en el político y social, en un claro detrimento

del almenaje social.

Como siempre un placer saludarlo, esperando que estas pocas

letras hayan sido de su agrado y sobre todo de utilidad ¡Hasta la

próxima!




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