Diciembre

Perspectiva

A punto de iniciar el último mes del año, una buena parte de la región del noroeste de México se sumerge entre la nieve, el agua y el viento. Los frentes fríos, las tormentas invernales y ciclones que llegaron tarde hacen añicos nuestros planes de protección civil y de la cultura de la prevención. Nos preparamos para todo menos para estas tempestades. Así se va noviembre.

Y con estos climas también inicia el mes del año que todos de alguna manera esperamos. Diciembre, que es, y así lo sugieren los manuales de la felicidad, el mes del año más divertido y alegre del calendario. Posadas, fiestas, baile, regalos y mucha diversión, La parafernalia navideña cada día se supera a sí misma. El tradicional árbol de la navidad es nada comparado con las decoraciones de los comercios y muchas casas que compiten en colorido y despilfarro energético, pero todo se vale, es diciembre, ya viene la navidad.

Pero diciembre es también el mes en el que las nostalgias y los recuerdos se vienen con su cauda de alegrías y tristezas. La navidad que nos remonta a nuestras infancias, los tiempos que no volverán como no vuelve el instante que acaba de pasar.

En diciembre somos más vulnerables, más proclives a las depresiones y esas sensaciones extrañas que nos provocan los arbolitos con foquitos de colores o las tiendas atiborradas de gente que se afanan por llenar los espacios vacíos del alma con objetos que nos sirven para mantener a raya los remordimientos y los “hubieras” de todas las cosas que hemos dejado pendientes, los abrazos que no dimos, los besos que nos guardamos y los perdones que no pedimos.

Porque ningún sillón de siquiatra ni ninguna terapia psicológica es capaz de borrar el rostro de la madre, la voz del padre, las imágenes de los tíos y los primos de la infancia, , imágenes que en la medida que el tiempo pasa se hacen más diáfanas y claras, como que los estamos viendo, las voces también vuelven a resonar con sus timbres peculiares. El pasado entre más pasado está, se torna más vivo.

Y luego contamos anécdotas e historias que nos hacen emocionarnos, a pesar de que vemos los rostros de nuestro auditorio que denotan un mal disimulado aburrimiento, porque ya las hemos contado muchas veces y las seguimos contando, porque -y eso es magia pura- cada vez que las narramos volvemos a vivirlas, esa época que ahora nos parece maravillosa y seguramente no lo fue, pero el tiempo se ha encargado de borrrarle todos los desperfectos y dejarnos sólo el recuerdo de lo bueno.

Eso trae diciembre, recuerdos y nostalgias, y aun sabiendo que este presente pronto se convertirá en parte de ese pasado que ahora recordamos, sí, aun sabiéndolo, lo malgastamos y lo mal vivimos porque nadie nos enseña a vivir, aprendemos solitos, aprendemos en el camino y aprendemos mucho y bueno, sólo que cuando nos sentimos aptos e idóneos, maestros de la vida, entonces, ya es un poco tarde, o demasiado tarde, porque empieza a verse el final del camino.

Pero es bueno por lo menos unos días al año enfrentarse con uno mismo, con el pasado que reclama y que exige atención, porque no está muerto, el pasado no muere, solo duerme en las profundidades de una conciencia que se afana por negarlo, pero está allí, al acecho de las rendijas del alma que se abren libertariamente en diciembre.

Agua, nieve y viento.

Viveleyendo.normabustamante@gmail.com



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