Don Alejo Garza Tamez: Defendio su rancho del narco hasta la muerte








El narco exigió el 13 noviembre pasado a don Alejo Garza Tamez entregar su
propiedad.



 El hombre de 77 años se negó y
atrincheró en su finca; mató a 4 atacantes e hirió a 2.
Cuando elementos de la Marina-Armada de
México llegaron al rancho San José, en las inmediaciones de la presa Padilla, a
15 kilómetros de Ciudad Victoria, Tamaulipas, vieron un escenario desolador: la
austera casona principal estaba semidestrozada por impactos de bala y
explosiones de granadas.



En la parte exterior de la finca había cuatro cuerpos. Cautelosos, con las armas listas, exploraron los
alrededores y encontraron dos sujetos más heridos e inconscientes.



En el interior de la casa había un solo cuerpo, el de Don Alejo, dueño de
la finca y empresario maderero, con dos armas a su lado y prácticamente cosido
a tiros. La inspección del rancho reveló que en todas las puertas y ventanas
había armas y casquillos. Eso les permitió imaginar cómo se dio la batalla
horas antes. Los efectivos de la
Marina buscaron más cuerpos en el interior de la vivienda,
pero no hallaron más. Les parecía difícil creer que una sola persona hubiera
causado tantas bajas a las atacantes con fusiles y pistolas de caza deportiva. Decenas
de cartuchos percutidos y el olor a pólvora evidenciaban la fiereza de quien
peleó hasta el final en defensa de su propiedad.



 Al final entendieron que aquel
hombre había diseñado su propia estrategia de defensa para pelear solo,
colocando armas en todas las puertas y ventanas. La historia comenzó a
escribirse la mañana del sábado 13 de noviembre, cuando un grupo de hombres
armados y amenazantes fue a darle un ultimátum a don Alejo Garza Tamez, dueño
del rancho: tenía 24 horas para entregarles el predio o se atendría a las
consecuencias.



Con la diplomacia de sus casi ocho décadas de vida, don Alejo les dijo que
no les entregaría su propiedad. Y ahí estaría esperándolos, les dijo con
llaneza. Después del incidente, reunió a sus trabajadores y con tono grave y
enérgico les pidió que al día siguiente no se presentaran a trabajar, que lo
dejaran solo. Durante ese sábado se dedicó a hacer un recuento de sus armas y
municiones y a preparar la estrategia de defensa de su casa como si fuera un
cuartel militar. Dispuso armas en los flancos más débiles: las puertas y las
ventanas del rancho. La noche del sábado 13 fue larga y sin sueño, como en sus
mejores épocas de caza, pero amaneció temprano. Poco después de las 4 de la
mañana los motores de varias camionetas se oyeron lejos. Los marinos que
exploraron el rancho pudieron imaginar cómo fue aquella madrugada, con
gatilleros armados, seguros de la impunidad, seguros de que pronto tendrían en
su haber otra propiedad. Nadie, o casi nadie, se resiste a un contingente de
pistoleros que portan armas largas. Sólo Don Alejo. Las camionetas entraron al
rancho y se apostaron frente a la finca. Sus ocupantes descendieron, lanzaron
una ráfaga al aire y gritaron que venían a tomar posesión del rancho. Esperaban
que la gente saliera aterrorizada y con las manos en alto. Pero las cosas no
salieron como esperaban. Don Alejo los recibió a balazos y pronto un ejército
entero disparaba contra la vivienda principal de la finca. El ranchero parecía
multiplicarse y los minutos debieron parecerles eternos a quienes habían visto
en él una presa fácil. Cayeron varios forajidos y los demás, enojados y
frustrados, arreciaron el ataque. De las armas largas, los sicarios pasaron a
las granadas. Cuando al fin llegó el silencio, el aire olía a pólvora. Los
agujeros en los muros y ventanas de la estructura indicaban la violencia del
ataque. Cuando entraron en busca de lo que suponían era un amplio contingente,
les sorprendió hallar a uno solo. Don Alejo. Los sicarios sobrevivientes
hicieron un rápido reconocimiento del terreno y optaron por abandonar la plaza.
No se apoderaron del rancho, porque pensaron que pronto llegarían los militares
y prefirieron huir. Dejaron lo que creyeron eran seis cadáveres, pero dos
pistoleros estaban heridos. Poco después llegaron los infantes de Marina y,
poco a poco, pacientemente, reconstruyeron los hechos. Un ranchero, un hombre
que amaba su propiedad más que nada en el mundo la defendió literalmente hasta
la muerte. En la última cacería de su vida, don Alejo sorprendió al grupo de
sicarios que quiso imponer en su rancho la ley de la selva, la misma que ni el
poder del Estado ha podido controlar. Los marinos presentes no olvidarán nunca
el cuadro: un anciano de 77 años se llevó por delante a cuatro sicarios antes
de morir peleando como el mejor soldado: con dignidad, honor y valentía. Descanse
en paz don Alejo Garza Tamez. "SI CADA MEXICANO HONRADO MATARA 4 RATAS DE
ESTAS, PRONTO ESTARIAMOS LIBRES DE ESCORIA"




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