El último suspiro
Cuantas veces hemos escuchado las frases “yo no nací sabiendo ser madre”, “yo
no nací sabiendo ser padre”, pero lo cierto es que tampoco nacemos sabiendo ser
hijos o hijas. Nuestra madre nos trae al mundo y en muchas ocasiones nuestros
papás están ahí para presenciar nuestro nacimiento y van experimentando el arte
de ser padres con nosotros.
Creo que los míos lo hicieron bien, digo los tres estamos un poco incompletos,
pero somos personas decentes en el más clásico sentido del término. Los padres
nos preparan para vivir y como hijos nos toca acompañarles en su etapa final, y
eso es algo que tampoco nadie nos enseña.
A mi me tocó estar con mi padre en sus últimos momentos. Han pasado tres
semanas y trato de recordar esos minutos. No es muy claro el recuerdo, son
flechazos solamente los que vienen a mi mente, tal vez por ello la necesidad de
escribir esto y no sólo para mí, sino porque quizás sea un sentimiento compartido.
Apenas me bajé del avión me fui al hospital directamente. Lo encontré allí, en una
cama idéntica a la que había imaginado, idéntica a todas las camas donde la
gente aguarda la salud o la muerte. Aparecí frente a él con mi mejor sonrisa, la
que había ensayado durante mucho tiempo y la tenía guardada para este
momento, la sonrisa exacta que pudiera esconder todo, la tristeza, el miedo, la
nostalgia y el terror de saber que se me estaba yendo. le pregunté si sabía quién
era yo y me dijo son ese su estilo tan peculiar para hacer las bromas: “no me
chingues mamacita, cómo no voy a conocerte. Tosía mucho, se movía incómodo y
por eso platicamos breve, intenté que desayunara, comió un poco y se dormía a
ratos, cuando despertaba me pedía me acercara para besarme.
Luego tuvo una crisis, quise mantenerme allí pero los médicos tienen sus
protocolos y me sacaron del cuarto, pasaron unos minutos luego me llamaron, ya
lo habían estabilizado, estaba conectado a un tubo y una fuente de oxígeno, el
médico se acercó, habló sobre su estado y su debilidad y yo le dije lo que tenía
que decir, que si tenía otra crisis no lo reanimaran más.
Me acerqué, le hablé, ni siquiera recuerdo que palabras ni que historias pude
haberle contado, luego abrió los ojos y supe que me reconoció, ¿cómo te sientes?
Le pregunté, quiso hacer una broma y me dijo “de la fregada” y entonces le hice la
pregunta más dura y triste que he hecho en mi vida y espero no volver a hacerla
nunca más. ¿Papá ya te quieres ir? me dijo que sí.
Vete tranquilo papá, que yo te cuido y aquí estaré…
Ya no abrió los ojos, se esforzaba por respirar y supe que había llegado el
momento, le puse una bocina a su lado y con el volumen bajo la acerqué a su
oído. Música clásica, a él le gustaba, le tomé la mano y empecé a hablarle, le
agradecí todo, le dije que era el mejor padre del mundo. Es todo, así fue como
llegó a su último suspiro y no hubo uno más…
Nadie te dice qué hacer en esos momentos, por lo que he leído creo que lo hice
bien. Hay quienes me dicen que me estaba esperando, que me escogió para irse,
no sé que tan cierto sea eso, sólo sé que fui yo la que estuve con él ahí. Estoy
segura de que mis hermanos hubieran actuado igual.
Pero agradezco ese momento, muy duro sí, pero a la vez un momento en que
pude ayudar a uno de los seres que más he amado en esta vida a tomar la
decisión más difícil que es partir de este mundo. Lamento no haber estado más
preparada, lamento no recordar si le di la mano o no, de lo que estoy segura es
que lo llené de besos y le dije una gran cantidad de veces cuanto lo amaba toda
su familia.
Le di las gracias por todos y lo abracé con todo el amor que siempre he sentido
por él. No sé de dónde saqué las fuerzas y el valor para no tirarme al drama, para
no preocuparlo, para crearle un ambiente de tranquilidad y que se fuera en paz.
Tú me preparaste para vivir y yo te pude retribuir para prepararte a morir con
dignidad. Creo que lo hicimos bien papá.