Fuerzas Ocultas
De las fuerzas del azar y la buena o mala ventura, pocos se salvan. Dentro de un país
que siempre espera lo peor, hay pocas probabilidades de encontrar escépticos puros.
La nuestra es una cultura de las fuerzas ocultas, que además confía al azar –o al
milagro-, la solución de sus problemas, y reza, o cruza los dedos, para que la suerte
sustituya al trabajo y, por arte de magia, revierta el fracaso. No hay mexicano que no
haya soñado alguna vez con pegarle al gordo de la lotería, al melate, pues.
En temas de creencias y supersticiones, todos tenemos lo nuestro, aunque no lo
confesemos. Uno se sorprendería de la cantidad de artilugios que se pueden encontrar
en el bolso de cualquier señora, la casa de empleados, políticos y empresarios. Desde
crucifijos e imágenes en los que se deposita la fe, hasta estrellas, lazos, patas de conejo
y toda la parafernalia de la suerte. Religión y superstición coexisten para
encomendarnos a Dios. Alá o la Divina Providencia, según lo amerite el caso, con la
intercesión de Mahoma, el santo de nuestra devoción u otro amable mediador que nos
cuide la cabeza al sortear la aventura de vivir.
Evitamos gatos negros, escaleras, espejos rotos o palabras impronunciables. Por
convicción o por si las moscas, prácticamente todos tenemos costumbres ancestrales
contra la catástrofe. Objetos azules exóticos ahuyentan el mal de ojo, amuletos evitan
el mal agüero. Hay quienes piensan que el amor y la fortuna nacen o mueren merced a
un hechizo.
Escritores brillantes han confesado que sin un ritual previo no hubiesen plasmado en
papel una obra maestra. Hay políticos que han pagado fortunas a videntes y señoras
que leen caracoles. Hay hombres que se hacen leer las cartas y mujeres que aseguran
que de la lectura de sus manos, o el tarot, por un adivino de banqueta, se desprenderá
su destino fatal.
Normalmente la superstición se agrava con la ignorancia, pero muchos, al menos por
si las moscas, depositan su tranquilidad espiritual en símbolos, exvotos y amuletos.
Hasta los comunistas radicales, que según dicen no les van esas cursilerías, porque
son agnósticos e intelectualmente independientes, en privado se ciñen a algún objeto
que les brinde seguridad.
Hay quien trabaja mejor al lado de un signo, o quien tiene éxito dentro de un edificio
con arquitectura religiosa. Pero hay otros que tocan madera para exigir que los demás
no utilicen los signos que les apetezca, pues creen que se salan si no dedican su vida a
cobrar del erario con el único fin de fregar a los demás. Pues así las cosas, y sin fincar
poderes mágicos a las calificadoras de riesgo, al New York Times ni a los malsanos
emisarios del periodo neoliberal...
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