Joker, y la catarsis mexicana
Plaza Cívica
Cuando la comunidad está enferma se devora a sus propios miembros, y finalmente, a
sí misma. Esa sería la gran moraleja de Joker, filme que se desarrolla en un contexto de
alto desempleo, mucha desigualdad y creciente desesperación social. La película aún
continúa en cartelera y ha roto algunos records, y era de esperarse: los paralelismos
entre la ficción fílmica y la realidad social son enormes. En nuestro país, ni se diga.
“¿Soy solamente yo, o se está poniendo más loco allá afuera?” pregunta Arthur Fleck.
“Ciertamente está tenso. La gente está molesta, están batallando, buscando trabajo.
Estos son tiempos difíciles” le contesta la trabajadora social. Arthur Fleck era un tipo
bueno, humilde; en otro contexto hubiera llevado una vida sencilla, normal. Sin
embargo, su entorno familiar y social inevitablemente lo transformaron: no tuvo
oportunidad alguna de niño e inclusive fue abusado por su padrastro, como adulto
recibió humillaciones y rechazos de parte de tensos y preocupados colegas de trabajo,
y los servicios comunitarios finalmente le fueron negados ante la falta de recursos en
una sociedad crecientemente desigual. Solo y con una madre enferma, estalló.
Si Arthur Fleck fue en alguna medida empujado a convertirse en un criminal, quienes
lo empujaron lo fueron igualmente. Matando a tres pudientes y soberbios jóvenes en
el metro que abusaban de él, Thomas Wayne, el billonario empleador que además
desea conquistar el poder político, dice: “¿Qué clase de cobarde haría algo tan frío?
Alguien que se esconde detrás de una máscara. Alguien que tiene envidia de los más
afortunados que ellos mismos. Sin embargo, están demasiado asustados para mostrar
su propia cara… aquellos de nosotros que hemos hecho algo de nuestras vidas,
siempre veremos a los que no lo han hecho, como nada más que payasos.” Del criminal
de cuello blanco que puede mostrar su cara nace el criminal asesino que se tiene que
esconder detrás de una máscara. Una máscara que oculta la tristeza espiritual con una
sonrisa artificial.
“Corazón apasionado, disimula tu tristeza… Que el que nace desdichado, desde la cuna
comienza, desde la cuna comienza, a vivir martirizado…” dice una canción popular
mexicana. Octavio Paz sabía que para desentrañar el alma mexicana se tenía que
escudriñar nuestra ineludible tradición mascarera. Los mexicanos pudientes no solo
quieren que los meseros mexicanos les sirvan bien: también quieren que les sonrían…
y entonces les sonríen: la máscara. Los desgraciados indígenas mexicanos se
sublevaron ante la injusticia histórica, enmascarados; desde los altos estratos sociales
y políticos les exigieron que se quitaran las máscaras. El Cártel de Sinaloa tomó
posesión de una de las principales ciudades del país con sicarios cuyas máscaras con
luces neón relumbraban aterradoramente en medio de la noche. Esos sicarios
mexicanos son nuestros jokers, y la gran tragedia mexicana, nuestra inseguridad,
representa la relativa toma del país por parte de criminales que fueron en gran parte
empujados a llevar esa vida. Diego Fernández de Ceballos tiene un rancho de lujo y
debía más de 900 millones de pesos en predial, un impuesto básico de sobrevivencia
para los municipios mexicanos. Se le hizo un descuento del 98%. Pagó 12.7 mdp. Ahí
está Thomas Wayne. Uno de tantos.
Las elecciones presidenciales del 2018 y el ascenso del populismo representan la gran
catarsis mexicana, el momento de liberación emocional. Una parte considerable de las
figuras de autoridad del país han fallado, y entonces se ha optado por una gran figura
de autoridad. Han esquinado a los ciudadanos, y los ciudadanos han inevitablemente
reaccionado. “¿Crees que hombres como Thomas Wayne piensan lo que es ser alguien
como yo? ¿Ser alguien más que ellos mismos? No lo hacen ¡Piensan que nos
sentaremos y lo tomaremos como buenos niños!” dice, ya, el Joker. Ese es el
sentimiento que legítimamente impera en el país. En Gotham, las élites
comprendieron y reaccionaron: el hijo de Thomas Wayne se convirtió en el héroe
Batman, un enmascarado, la antítesis de su padre. ¿Cuál será la reacción de las élites
mexicanas? Porque no tengan duda: de ello dependerá en gran medida el futuro de
nuestro país.