Las Mejores Navidades

Contaba mi madre, que la mejor navidad de su vida habría sido cuando recién llegados de Huásabas a Nacozari, allá por 1904, les prestaron una casa en la que se alojó la familia. Era época de muchas penurias. A la muerte de mi abuelo Eduardo Corella Romo de Vivar, dejaron la tierra.

Los hijos mayores, Juan y Cesáreo, fueron a trabajar al ferrocarril que la Moctezuma Copper Company tenía para conectar Nacozari con Douglas.

Cayendo la noche, Cesáreo salió a buscar algo para festejar la navidad y trajo unas ramas de pino que tenían algo así como un parásito que asemejaba esferas festivas. Pero la atracción mayor fue un “juancito”, que encontró, quién sabe cómo y dónde, que fue la delicia de las niñas de la familia; el punto culminante del festejo.

Ese era el recuerdo fundamental de lo que hace una navidad feliz.

Por mi parte, hago recuento de las muchas navidades pasadas, casi todas en casa, salvo alguna que por castigo autoinflingido pasé en la Ciudad de México, siendo estudiante en espera de un examen extraordinario. No puedo apreciar cuál fue la más feliz, pero creo que sería cuando de niños esperábamos la hora para asistir a la misa de gallo en la parroquia, hoy Catedral, a donde íbamos a pie, pues no había automóvil en casa. Disfrutábamos de los cantos festivos que adornaban el evento. En ese tiempo los regalos no abundaban y eran más bien el centro de pláticas que de satisfacción material. De hecho, en las mañanas del 25 acostumbrábamos ir, mi hermano, Horacio Nansen y yo a darnos una vuelta por la Colonia Nueva para ver qué les había amanecido a las niñas y niños ricos.

Ahora hago un sondeo rápido y sin pretensiones sobre cuál sería la navidad más feliz. Algunos me contestan que cuando les amaneció tal o cual juguete, una bicicleta, un guante de beisbol y más cerca, un playstation. Pero otros, probablemente mayoría, recuerdan pasajes familiares y festivos que no tienen nada que ver con regalos ni consumo, sino con elementos de cohesión que perduran por siempre.

La temporada navideña es propicia para el consumo. El placer de comprar es algo comparable con un evento de felicidad artificial, que se amarra más con lo psicológico que con lo material. Vamos al centro comercial a ver qué se nos antoja. Nadie regresa sin llevarse algo. Sin gastar.

Hay muchas voces que se elevan contra el consumismo. Sobre todo, artículos que no son necesarios. Sin embargo, la verdad es que comprar un kilo de frijol no da tanto placer como gastar cincuenta veces más en una bufanda de marca o cien veces en unos tenis de moda.

Es bueno que las personas gasten, que consuman, que se llenen los restaurantes y las tiendas departamentales. Es activar la economía. Cuando disminuye el consumo drásticamente, todo se viene abajo, se desploma. Pero también es malo que la mayor parte de los consumos de temporada se hagan a crédito, sobre todo a crédito duro. Esto brinda placer pasajero e impone una larga condena para compensarlo.

En el sondeo que antes describo, concluyo que las mejores navidades no van ligadas necesariamente a mejores regalos sino a tranquilidad y equilibrio familiar y personal. Nada produce tanto placer como un estado tranquilo de ánimo, una sensación de paz. Saber que se hace lo que se debe y no se debe lo que se hace.

Que esta navidad haya paz y tranquilidad. Que se hagan realidad los proyectos y hasta las fantasías para el 2020.



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