Los profesionales
La bruma del tiempo empaña mi memoria, pero recuerdo que allá por los 50,
cuando los Águilas de Mexicali jugaban en la Liga Sunset, contra equipos de
nombres folklóricos como los Medias Plateadas de Reno. También participaban
Porterville, El Centro, y otros más. Hubo un pelotero cuyo nombre se me olvidó,
que originalmente había jugado con Mexicali pero luego se cambió a otro equipo.
Cuando venía ese conjunto a jugar, lo insultaban, lo trataban como traidor y todo
porque había cambiado de franela.
En ocasiones la fanaticada se deja llevar por el tribalismo y supone que una vez
militando aquí, ya no debes jamás irte para allá. No entienden que los jugadores
son profesionales, que practican un deporte al que acceden por afición y por
talento. Sin embargo, su primera prioridad, como la de todos, es la del sustento. Si
juegan en un equipo, pero otro les ofrece mejores condiciones, pues simplemente
se cambian y juegan con la misma enjundia, pasión y entrega, precisamente
porque son profesionales.
Dice la leyenda urbana que los amateurs esperan que llegue la inspiración. Los
profesionales se someten a una disciplina. Los amateurs se enfocan en metas, los
profesionales en hábitos y protocolos. Los amateurs tratan de llegar, los
profesionales de mejorar. Los amateurs se aplatanan ante el fracaso, porque viven
para la opinión de los demás mientras que los profesionales se concentran en sus
propias habilidades y posibilidades.
Los abogados entienden muy bien esta situación. En un momento dado pueden
representar hasta la muerte a un cliente y después en otra ocasión defender al
enemigo en otro asunto, claro sin caer en el prevaricato. En el ámbito laboral, la
sociedad y hasta entre ellos mismos se identifican como “abogado patronal” o
“abogado obrero”. Sin embargo, nada impide y de hecho hay muchos casos en
que los abogados tienen asuntos tanto de patrones como de trabajadores, pues el
ejercicio de la profesión no tiene o no debiera tener connotaciones ideológicas, ya
que cuando así ocurre, el abogado deja de serlo y se convierte en parte
interesada.
Entonces, los profesionales en los deportes son personas que buscan su mejor
lugar de trabajo, las mejores condiciones, la ciudad que mejor les acomode para
tener su asiento familiar. Cuando cambian las circunstancias no titubean en
cambiarse a otro equipo, a otra sede, a otra ciudad, a otra liga.
La complejidad en el mundo del deporte motiva que los contratos de los
deportistas conllevan un valor que con el nombre de “ficha” tiene un valor de
cambio por virtud del cual, al transferirse un jugador a otro equipo, normalmente
hay una prestación que en algunos casos puede ser monumental e increíble.
Piense usted en un Messi, o un Ronaldo.
Ah, pero en la política también hay profesionales que juegan con pasión en un
equipo y luego se cambian a otro. No debe extrañarnos. Son profesionales y su
primera prioridad es su propio beneficio, pero también actúan para agradar, para
complacer al público, al respetable, al electorado. Aquí también hay fichaje,
solamente que más oculto que en el deporte. No sabemos con certeza el valor que
pudiera representar el cambio de un político de cierta trayectoria y estatura, poder
de convocatoria, etc., cuando se va de un partido a otro. Hay muchos casos, de
personas que empezaron con los Azulejos, luego con los Naranjeros y terminan
con los Tomateros. No es nada que deba extrañar ni motivo de repudio. Todo esto
es un juego, no hay ideología. Es simplemente un intercambio: te doy un pitcher
por dos jardineros. ¿Quiénes son los beneficiarios controladores (para usar el
lenguaje de la Ley de Lavado de Dinero) de esas transacciones? pues los dueños
de los equipos y en última instancia, la Liga. Sabemos quiénes son los dueños de
los clubes, pero no está muy claro quién dirige la Liga. A veces pareciera que es
un consorcio de todos los dueños de los clubes que se juntan donde nadie los vea
y hacen sus arreglos, pero estas son elucubraciones sin ningún fundamento.
Y nosotros; el público, el respetable, pues apasionándonos, pagando el boleto de
entrada y al fin y al cabo nomás milando.