Matriz y trompas de falopio
Como siempre, nos gana el morbo del chisme caliente, la fascinación por la teoría de la
conspiración, la esclavitud en lo banal, en lo que es francamente intrascendente.
El escándalo ensordecedor desatado luego de la marcha #NoMeCuidanMeViolan, toca
los extremos de la especulación malsana y ya solo se centra en el divisionismo, en la
polarización, la esquizofrenia social, la muy sabrosa y popular asignación de culpas y
descalificaciones. Para un lado, para el otro.
Indignante. Resulta que el tema es ahora la infiltración a la marcha, el graffiti a
monumentos y edificios... Increíble que una nación esté dispuesta a permutar su alma
y su consciencia a cambio del chisme de lavadero y el escándalo; a cambio de lo
irrelevante. Como siempre, nos perdemos en lo inútil, en el cliché estridente que será
noticia por unos cuantos días en tanto no reviente el escándalo siguiente.
Yo preferí observar detenidamente, en los registros gráficos que los compañeros
fotógrafos generaron para medios, para sus redes sociales. Las imágenes amateur
provenientes de los móviles de los participantes, o de los insidiosos que solo fueron
allí para hostigar.
Nadie propuso ponerse en los zapatos de ellas. Nadie conminó a reflexionar lo que
implica ser violada, golpeada, vituperada, utilizada. Nadie...
La impresión general después de observar tantas fotografías era, simplemente,
desoladora. Si te fijas un poquito, si pones atención, lo que estábamos viendo era una
representación de una tragedia nacional de proporciones bíblicas.
El testimonio de la tragedia lo aportaban cientos y miles de ojos cuyas miradas daban
cuenta de las vejaciones, la violencia, las violaciones, los asesinatos, la discriminación
que con toda impunidad este País ha infligido contra la mujer -¡nuestra mujer! ¡Por
Belcebú! Hijas, madres, hermanas, esposas, colegas...-, ante la mirada ciega de todos
los que gritamos y opinamos de estupideces que poco tienen que ver con una vida
cegada, una vida mutilada, el infierno de ser el objeto de la ira imbécil y machista de
esta raza pigmentocratizada que se niega a admitir su culpabilidad.
Ojos marchitos, miradas perdidas, derrotadas, rabiosas, revanchistas. Ojos hasta la
madre de gritar, de clamar por derechos, ayuda, justicia, protección.
Causas, todas ellas, muy ajenas a las audaces estrategias políticas contemporáneas que
solo se centran, como siempre -desde siempre-, en ver como toman otra oficina, una
coordinación parlamentaria, un poquito más de poder.
Ojos indignados y profundamente decepcionados al ver que las mujeres en el poder,
una vez más, olvidaron las promesas de campaña para centrarse en su mezquindad de
poder.
Ojos furiosos, decía, que contemplan cómo tú y yo nos hacemos cómplices diariamente
sin decir esta boca es mía, sin accionar en una transformación a la educación
patriarcal, sin exigir instrucción para abatir la ignorancia de las madres y padres que
siguen impulsando a la bestia machista que germina en territorio nacional. Ojos que
impotentemente contemplan como, una vez más, se pierde una oportunidad de
transformar la educación para proscribir algún día su calvario.
Yo no sé si reventaron la marcha o no -y para maldita la cosa que nos sirve
averiguarlo-. No sé si el feminismo mal entendido encarna una violencia de género
proporcional a la que padecemos hoy a manos del machismo.
Lo que sí puedo comprender, con lo que obligatoriamente me solidarizo, es el arrebato
desesperado de quien ya ha agotado todas las instancias para dejar de ser el objeto de
la violación, la ira, la estúpida zozobra que en estos tiempos significa haber nacido con
una matriz y trompas de falopio, como un estigma irreversible que garantiza que de
una u otra manera, será utilizada como un ser inanimado, sin derechos, sin dignidad,
peor que un animal, por una caterva de primates que, ante los hechos, no merecieran
siquiera ser un interlocutor.
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Facebook: Alfonso Villalva P.