NO AL DISCURSO DE ODIO

Uno de los compromisos asumidos por las Naciones Unidas, cuyo nacimiento tuvo

lugar el 24 de octubre de 1945, es “fortalecer la tolerancia mediante el fomento de

la comprensión mutua entre las culturas y los pueblos”.

Por tal motivo, en 1995, los países miembros de la Organización de las Naciones

Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) adoptaron la

Declaración de Principios sobre la Tolerancia, que afirma, entre otras cosas, que

“la tolerancia no es indulgencia o indiferencia, sino que es el respeto y el saber

apreciar la riqueza y variedad de las culturas del mundo y las distintas formas de

expresión de los seres humanos”.

Un año después, específicamente en 1996, la ONU invitó a los Estados Miembros

“a celebrar el 16 de noviembre de cada año, el Día Internacional de la Tolerancia”,

dando seguimiento “al Año de las Naciones Unidas para la Tolerancia de 1995,

proclamado por la Asamblea General en 1993 por iniciativa de la UNESCO”.

En la reciente celebración del Día Internacional para la Tolerancia, la ONU volvió a

destacar la necesidad de practicar la tolerancia, una virtud que, de acuerdo con el

discurso de este organismo internacional, “contribuye a sustituir la cultura de la

guerra por la de la paz al crear armonía en la diferencia”.

En lo personal considero que el discurso en favor de la tolerancia empleado por la

ONU hasta este día debe transitar hacia el de una cultura de respeto pleno en

favor de la diversidad, principalmente en un tiempo como el actual, en que el

discurso de odio que se promueve cotidianamente en redes sociales se ha

convertido en una amenaza para algunos grupos minoritarios.

El discurso de odio que se viraliza en redes sociales se apoya un día sí y el otro

también en las famosas fake news o noticias falsas, que buscan desinformar y,

con ello, desprestigiar, engañar y manipular a la opinión pública.

Su difusión a través de redes sociales, televisión, prensa y portales de noticias

promueve un mensaje criminal de inferioridad que perjudica a ciertas minorías

étnicas y religiosas, a las que se responsabiliza de varios de los males que hoy

por hoy afectan a la humanidad.

Este creciente mal debe atacarse desde la educación, en las escuelas, pero sobre

todo en el seno familiar, donde la pérdida de valores ha llevado a la sociedad de

hoy a practicar una de las formas más preocupantes de racismo y discriminación:

el discurso de odio, que para algunas voces es la punta del iceberg de las viejas

formas de intolerancia religiosa que alcanzaron su cenit en la Edad Media.

Lo primero es identificar en Internet tales incitaciones al odio, así como la

amenaza que ese discurso irracional representa para los grupos que son objeto de

discriminación. Y la idea no es identificarlos para convertirlos en blanco de

ataques semejantes a los que ellos despliegan en la red de redes. Hacer esto

último equivaldría a colocarnos en el mismo nivel en que esas personas y grupos

se han colocado.

Se trata no de actuar por reacción o bajo el impulso de un absurdo sentimiento de

venganza, que se puede convertir con el correr del tiempo en una sed insaciable

de venganza que nos lleve a actuar semejante a ellos o peor que ellos. Se trata de

que tengamos la capacidad de involucrar a los promotores de ese odio cibernético

en un diálogo de altura, que les permita entender que vivimos en un mundo donde

la diversidad ideológica, religiosa y étnica tiene derecho a existir y a ser respetada,

más que a ser tolerada.

Pensemos en lo que puede y debe hacerse de acuerdo con el llamado que el

pasado mes de septiembre lanzaran treinta expertos y expertas independientes de

la ONU, quienes –alarmados por el aumento de mensajes de odio en Internet– se

unieron para publicar una carta abierta “pidiendo a los Estados y a las empresas

de redes sociales que tomen medidas con el fin de frenar la propagación del

discurso de odio.”

Los signatarios advirtieron sobre el peligro de describir a “grupos enteros de

personas como peligrosas o inferiores”, al tiempo de traer a nuestra memoria que

este tipo de prácticas han ocasionado “tragedias catastróficas en el pasado”, algo

que podemos y debemos evitar en la medida de nuestras posibilidades.

Aquí el llamado de la ONU: “Instamos a los Estados a promover y adoptar políticas

de tolerancia. Los Estados deben trabajar activamente hacia políticas que

garanticen los derechos a la igualdad y la no discriminación y la libertad de

expresión, así como el derecho a vivir una vida libre de violencia, a través de la

promoción de la tolerancia, la diversidad y la defensa de las opiniones pluralistas”.

El llamado de la ONU es bueno, pero sería mucho mejor si en lugar de llamar a la

tolerancia se hiciera un llamado a respetar de manera absoluta la diversidad, algo

que urge promover en un mundo donde el odio y la violencia avanzan de manera

preocupante.



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