¿Adónde nos llevará la violencia?
He repetido, casi como un papagayo, que Estados Unidos debe controlar el exceso de armas y la violencia, que cada día es más grande. Tengo años diciéndolo, al punto de que me cuesta hablar de lo mismo, porque todo sigue igual.
Ya vimos cómo han intentado matar al expresidente Donald Trump. No importa de qué partido usted sea, no importa por quién piense votar. Lo que importa es que hay países tercermundistas que están mejor que nosotros. ¿Hasta dónde vamos a llegar?
Señores, tenemos que movernos hacia la paz. Estados Unidos está sumamente dividido, demasiado armado. Aquí hay más armas que personas, mientras la gente está cansada de no tener dinero y de los precios del supermercado.
No todo el mundo está pensando cómo debe. Tenemos que parar esto, porque la gente no aguanta un problema más. Y cuando un pueblo pierde la esperanza y se siente atrapado, cualquier chispa arma un fuego.
Somos un país que, supuestamente, debe demostrar al mundo el sentido de la democracia y que no somos el desastre que vemos en el mundo hoy. Pero cada vez eso pasa menos. Jamás pensé que en un mitin iban a intentar matar a un presidente.
Tampoco podemos hacernos los locos y decir que nunca ha pasado aquí. A Kennedy lo asesinaron, y todavía todo el mundo está preguntándose por qué (y quién). Después mataron al hermano. Con Reagan lo intentaron, y fue uno de los mejores presidentes que ha tenido el país. O sea, no es cierto que no tengamos el deseo de convertirnos en el desastre de Latinoamérica, donde matan a aspirantes a la presidencia.
¿Qué hicimos? Nada.
Y no hacer nada, no preocuparnos por lo que sucede en América Latina y por toda esa partida de locos que se ponen en fila, conduce a que ya manejan países tan importantes como Colombia. Venezuela sigue en manos de Maduro, y así otros casos graves... ¿Hasta dónde vamos a llegar?
En vez de parar el desastre, lo copiamos. Intentar matar al posible presidente de Estados Unidos —gracias a Dios, no sucedió—, podría haber ocasionado una revolución en el país. Que nadie juegue con las masas, ni con la desesperanza. Todo esto es un chocolate, que en cualquier momento la gente se puede comer.
Estamos hartos. Hablemos menos y empecemos a actuar, por Dios.