Cita Pospuesta
En el terreno de los clichés, parece que cada día nos consolidamos como los
campeonísimos indiscutibles. Por años hemos acuñado sofismas que aseguran el
progreso social en función de la estadística del grado de escolaridad promedio.
¿Cuántas veces no hemos esbozado una sonrisa al afirmar que el nivel mínimo de
educación en México ha subido un año o dos, que el índice de analfabetismo se ha
reducido ostensiblemente? Contentos y tranquilos -cínicos-, creamos institutos
nuevos, renombramos escuelas en honor a líderes de partidos políticos, asumimos
cifras de enseñanza secundaria a control remoto, entregamos computadoras,
impulsamos reformas y contrarreformas a la constitución, al libro de texto gratuito -
haciendo héroes o desmitificándolos-, distribuimos desayunos escolares –a veces con
leche radioactiva, saturados en azúcares y harinas refinadas-, subimos las colegiaturas
e imponemos cuotas escolares muy creativas.
Ahora ya terminamos la primaria –hasta la secundaria y nominalmente preescolar-, ya
sabemos leer y escribir. Las estadísticas crecen. Sin duda, todos coincidimos en la
necesidad de educar. En los círculos sociales, políticos, económicos, se declara
diletantemente que la educación es prioridad nacional. Los políticos no dejan de
incluir en sus discursos frases seductoras que patentizan su denodada preocupación
por el tema y que decir de los verdugos en las redes sociales.
Todo suena muy bien, y tiene su grado de bondad, pero ¿haber elevado el grado de
escolaridad y reducido el índice de analfabetismo, es una verdadera herramienta para
competir, para progresar? ¿Hasta qué punto saber leer y escribir es un fin en sí mismo,
en vez de constituir una herramienta para la razón? En términos concretos, ¿de qué
diablos sirve saber leer si escasamente tomaremos un libro en la mano que profundice
nuestros conocimientos técnicos, ya no digamos de historia, literatura o filosofía? ¿Lo
comprenderemos? Hay que leer el reciente estudio de Gilberto Fregoso Peralta, para
anticipar que no y comprender el concepto de analfabetismo funcional..., horror.
Coincido que, en la desesperación del subdesarrollo, después de reaccionar por
puritito milagro al final de la cuenta regresiva que nos tenía bocabajo en la lona, crisis
tras crisis, la tabla de salvación pudo haber sido leer el recibo de nómina, o hacer la
cuenta del salario. Pero con la evolución hacia el glamoroso Siglo XXI, hacia lo que
ambicionamos como progreso incluyente, el objetivo de largo plazo no debe ser salvar
el pellejo, sino mejorar las condiciones de vida para que el alfabetizado se sume a la
actividad productiva, genere riqueza, desarrolle su criterio y mejore su vida.
"Después de gastar inútilmente tiempo valioso en cumplir con una burocracia sin
sentido, tenemos que enfrentar en el aula de clase no solamente la distracción propia
de nuestros tiempos, el reto de la interacción con las fuentes de información
instantáneas, sino también el de incluir y guiar a los padres en un modelo colectivo de
evolución positiva para sus hijos, el binomio casa - escuela. Sin un enfoque en valores,
en visión y creatividad, los niños dejan de generar las condiciones que desarrollan
todo su potencial, que siempre es gigante", dice con afabilidad y determinación Ana
María Durán, 45, Directora de Secundaria y Preparatoria del Colegio Privado La Salle
en el Estado de México.
El enfoque de la educación ya debe abandonar el número de gente que podamos
empaquetar en un aula, la estadística feliz. Debemos preocuparnos por la calidad, por
el contenido; por enseñar a razonar a nuestros niños, porque aprendan a analizar
textos, resolver problemas, aplicar las matemáticas, interesarse por algo más que el
consumo; desarrollar la curiosidad, la creatividad y el impulso propio a emprender;
así me explica con sus propias palabras Ismael Rodríguez, 38, Doctor en Educación,
director de una primaria en Reynosa, Tamaulipas.
"Debemos dirigir nuestro esfuerzo para que nuestros niños puedan tener las mismas
aptitudes de quienes serán sus contrapartes en la competencia laboral del futuro
globalizado, para que llegue la misma información a todos, no solamente a los que
tengan una situación de privilegio, pues sin información y capacidad de razonar, la
brecha entre ricos y pobres, será abismal y seguramente irreductible", afirma,
categórica, la Madre Noemia Soberanes, 41, Directora Operativa de Asilo Primavera,
I.A.P., donde se imparte primaria en el Distrito Federal a niños en condiciones de
marginación, desde hace 29 años.
De nada sirve aventarlos de las escuelas –a ellos- con un certificado vacío de
formación, conocimientos técnicos y aptitudes. Desvinculados de la idea colectiva, de
un espíritu de emprendedor. De nada sirve la entrega vocacional de personas como
Ana, Noemia e Ismael, ni el sacrificio de padres y madres para sufragar los gastos de
una educación. De nada sirve la inteligencia de nuestros niños, si no les enseñamos a
aplicarla con creatividad para elegir libremente su destino particular, y también, forjar
el colectivo. De nada, a menos que nos empeñemos en seguir posponiendo la cita con
un destino de dignidad y desarrollo, mediatizado por el mezquino triunfo que encierra
para nadie, una lamentable estadística nacional.
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