El nuevo Poder Judicial, un hecho consumado
El cambio en el Poder Judicial es un hecho consumado. No se trata de una hipótesis ni de un deseo futuro, sino de una realidad presente que obliga a todos, como ciudadanos, a observar con atención y madurez lo que ocurre.
México ha atravesado distintas etapas en la conformación de sus instituciones, y en cada una de ellas la justicia ha sido un pilar que sostiene la vida democrática.
Ahora, con nuevos ministros y magistrados y, con nuevas visiones, lo que corresponde no es adelantar juicios ni anticipar descalificaciones, sino desear que su gestión sea en beneficio de todos.
Desear que le vaya bien a los ministros que hoy encabezan la Suprema Corte y demás órganos jurisdiccionales no es un acto de simpatía personal ni de complacencia política, es un deseo que trasciende a las personas para situarse en el interés común: que le vaya bien a México.
Si el máximo tribunal actúa con independencia, con rectitud y con apego a la Constitución, el resultado será un país más justo, más equilibrado y con mayor confianza en sus instituciones. Y si a México le va bien, inevitablemente les irá mejor a los mexicanos en su vida diaria, pues la justicia imparcial y eficaz es garantía de desarrollo, seguridad y paz social.
En este momento, lo más sensato es evitar caer en la tentación de emitir juicios anticipados.
La crítica responsable debe existir siempre, pero debe sostenerse en hechos y resultados, no en sospechas o temores adelantados.
El mejor juez de todos es el tiempo, y ese, no concede privilegios ni excepciones. Con el paso de los años se podrá valorar si los ministros cumplieron su labor con la altura que la nación exige o si, por el contrario, se desviaron de ese mandato. El tiempo es el que dictará si sus decisiones abonaron a la consolidación de un país más justo o si terminaron debilitando la confianza en las instituciones.
Mientras tanto, nuestro papel como ciudadanos es doble. Por un lado, mantener la esperanza activa de que quienes hoy ocupan esas posiciones tan relevantes lo hagan bien, porque de ese desempeño depende parte del rumbo del país. Por otro, estar atentos, vigilantes y preparados para levantar la voz y exigir cuentas si se apartan de la rectitud y del mandato constitucional.
La democracia no se sostiene con aplausos ciegos ni con rechazos automáticos, sino con participación crítica y con responsabilidad cívica.
Si los ministros cumplen, corresponde reconocer su trabajo y darles crédito por las decisiones acertadas. Si no lo hacen, toca exigir con firmeza y legalidad que respondan ante la sociedad. Esa es la esencia de un sistema democrático: la rendición de cuentas.
Como siempre un placer saludarlo, esperando que estas pocas palabras hayan sido de su agrado y, sobre todo de utilidad ¡Hasta la próxima!




