Los viajes experiencia y el derecho
Viajar es una de las experiencias más enriquecedoras que puede tener una persona. No importa si se trata de un recorrido por un país lejano o una visita a una comunidad cercana; el hecho de salir del entorno habitual, de enfrentarse a otras costumbres, formas de vida, acentos, leyes no escritas y realidades sociales distintas, transforma profundamente a quien lo vive. Estas experiencias, aunque muchas veces se consideren personales o íntimas, también aportan elementos valiosos a disciplinas colectivas y estructuradas como la ciencia del Derecho.
Cuando una persona común —sin formación jurídica— viaja, entra en contacto con distintas formas de convivencia, con normas sociales que no son iguales a las de su lugar de origen. Desde reglas de tránsito, normas de urbanidad o costumbres familiares, hasta formas de resolver conflictos o de entender la autoridad, cada cultura ofrece una visión particular del orden social. Y aunque muchas de estas reglas no estén escritas en códigos o leyes, su observancia es tan estricta como la de cualquier norma jurídica formal. El viajero común aprende así que la justicia no es una sola, sino que toma múltiples formas según el contexto.
Estas vivencias tienen una importancia clave para la ciencia del Derecho porque son fuente viva de información social. El Derecho, al ser una construcción humana, debe estar en sintonía con la realidad de las personas. Cuando alguien viaja y experimenta hospitalidad en pueblos alejados, sistemas comunitarios de ayuda mutua, o enfrenta barreras lingüísticas que dificultan su acceso a servicios o a la justicia, está viviendo directamente las tensiones y necesidades que luego el Derecho debería abordar. Por ejemplo, muchos viajeros notan cómo en algunas regiones los conflictos se resuelven a través del diálogo colectivo, sin acudir a tribunales. Esto revela que existen formas efectivas de justicia comunitaria que pueden inspirar reformas jurídicas más humanas y accesibles.
El turismo también expone a las personas a la diversidad legal. Al viajar, muchos descubren que comportamientos aceptables en su país pueden ser sancionados en otro, o que ciertas libertades están más protegidas o más restringidas según el lugar. Esta toma de conciencia ayuda a desmitificar la idea de que el Derecho es inamovible o universal. Alguien que visita países con normas muy distintas en temas como el matrimonio, el consumo de alcohol, el medio ambiente o el trato a los animales, empieza a ver que el Derecho está íntimamente ligado a la cultura, a la historia y a las prioridades sociales de cada comunidad.
A través del viaje también se desarrollan valores fundamentales que enriquecen la cultura jurídica de una sociedad: la empatía, la tolerancia, el respeto a la diferencia, la capacidad de escuchar y de adaptarse. Estos valores, aunque no sean leyes, son esenciales para que cualquier sistema jurídico funcione en la práctica. Una sociedad con ciudadanos más conscientes, más abiertos y más solidarios es una sociedad en la que el Derecho puede avanzar hacia la justicia verdadera. Así, las experiencias personales de miles de viajeros se convierten en pequeños granos de arena que, sumados, generan una transformación cultural que el Derecho no puede ignorar.
Incluso las incomodidades del viaje —la burocracia, los controles migratorios, la necesidad de comprender otras normas fiscales o sanitarias— son experiencias que permiten a las personas comunes acercarse al mundo jurídico desde lo cotidiano. Quien ha tenido que llenar formularios migratorios, enfrentar una multa en otro país o solicitar ayuda consular, comprende la importancia de normas claras, del acceso a la información, de la traducción jurídica y del derecho a la defensa. Estas vivencias también fomentan una mayor conciencia sobre los derechos humanos y sobre la necesidad de que existan mecanismos internacionales de protección.
En resumen, los viajes no solo enriquecen la vida de quien los realiza, sino que, de forma indirecta pero poderosa, alimentan la ciencia del Derecho con experiencias reales, con visiones frescas del mundo, con críticas implícitas a los sistemas rígidos y con propuestas de cambio nacidas desde la vida cotidiana. El Derecho no puede seguir construyéndose solo desde las cátedras, los tribunales o los códigos: debe escuchar también a quienes, sin ser abogados, viven, sienten y reflexionan sobre la justicia a partir de lo que han visto, oído y sentido en sus caminos. Porque al final, el Derecho no es para los juristas, sino para las personas. Y las personas que viajan, vuelven transformadas, y con ellas también debe transformarse el Derecho
Como siempre un placer saludarlo, esperando que estas pocas palabras hayan sido de su agrado y, sobre todo de utilidad ¡Hasta la próxima!




