“Viajeros”
Los años 70’s. La humanidad ya había celebrado gloriosamente el dejar su huella sobre la lejana luna; la palabra inflación en México comenzaba a usarse con un agrio sabor en la boca y los pantalones acampanados se apoderaban de nuestros armarios.
Sin embargo, a las afueras de nuestro ajetreado planeta, algo estaba ocurriendo: las sondas espaciales Voyager 1 y Voyager 2 comenzaban con su travesía titánica para estudiar más de cerca a los pantagruélicos planetas Júpiter y Saturno.
Dentro de ellas, estas sondas llevan consigo maquinaria delicadamente manufacturada para estudiar con suma precisión algunas de las gélidas características de los planetas externos de nuestro sistema solar, y ¿Por qué no? Capturar unas cuantas magníficas fotografías de estos.
Años después de su lanzamiento, las misiones principales de este binomio espacial se extendien y comienzan con una nueva fase maravillosa: el divulgador de las ciencias Carl Sagan nos conmueve con sus palabras acerca del punto azul pálido, la cual es una fotografía de la Tierra tomada por Voyager 1 a 6000 millones de kilómetros de distancia del planeta de donde zarpó.
“Cada héroe y cobarde, [...] cada político corrupto, [...] cada santo y pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí: en una mota de polvo suspendida en un rayo de Sol” escribía el Dr. Sagan refiriéndose a nuestro acuoso planeta, visto a una distancia extraordinaria, rodeado de la inmensidad del espacio.
Con extraordinarios hallazgos geológicos en otros planetas, y fotografías inigualables de nuestro sistema solar uno pensaría que los Voyager’s no podrían ofrecer nada más. Sin embargo ambas naves llevan consigo un breve vistazo al alma de la humanidad.
A bordo de cada una se encuentra 1 disco de cobre recubierto de oro con 30 cm de diámetro. En estos se encuentran el canto de aves, el sonido del viento y las olas, ranas felizmente croando, sonidos del Perú, Mozart y Beethoven en armonía, y decenas de saludos de gente de alrededor del mundo en más de 50 idiomas distintos.
En los Voyager nuestros saludos y una parte muy íntima de la humanidad viaja hacia lugares que ni en nuestros más profundos sueños hemos de visitar. Con la botella lanzada al océano cósmico se espera que alguna civilización extraterrestre escuche nuestro mensaje, y tal vez incluso responda a este de manera directa.
La cubierta dorada del disco contiene instrucciones para que cualquier entidad con capacidad de exploración espacial que se encuentre dicho disco, tenga la facilidad de
localizar nuestro sistema solar, así como saber la fecha aproximada del lanzamiento de los Voyager’s.
¿Habremos de correr peligro? Tal vez en nuestra desesperación por no sentirnos solos en este inimaginablemente vasto y vacío universo hayamos sellado nuestro destino como humanidad, y solamente sea cuestión de tiempo para que alguna raza superior de seres cósmicos nos encuentre y aniquile por completo sin siquiera percatarnos de ellos.
O tal vez realmente somos la única prueba de que la vida, inteligente o no, es posible. Puede que seamos un anomalía universal y no haya más como nosotros allá afuera. Es posible que nadie nunca jamás escuche aquel mensaje que enviamos al espacio interestelar. Sin importar el pasar de los años, de los siglos o incluso de los milenios, esos insuperables esfuerzos quedarán suspendidos en el gélido, inerte y oscuro espacio.
Hasta dónde los datos duros nos dicen actualmente, estamos solos como formas de vida en el universo, ¿Eso en qué posición nos pone? ¿Una de privilegio? Es un honor el ser la única prueba conocida sobre el universo con consciencia sobre sí mismo. Ultimadamente estamos hechos de materiales creados dentro del universo mismo, somos una rareza consciente de sí misma y necesitamos apreciar nuestro lugar en el universo y cuidar lo que tenemos en este punto azul pálido.